El arzobispo Juan José Asenjo sabe de cofradías de Sevilla más de lo que la habladuría popular quiere hacer ver. Los que escucharon ayer su alocución final tras el Vía Crucis de las Cofradías que presidió en la Catedral el Señor de la Oración en el Huerto, de la Hermandad de Monte-Sión, se darían cuenta cuando afirmó, mirando al presidente del Consejo, Joaquín Sainz de la Maza, que "el Vía Crucis ha salido muy bien, pese a ser lunes".
Esa coletilla, "pese a ser lunes", que pronunció en dos ocasiones, demuestra que Asenjo está enteradísimo de las voces que reclaman cambiar de día esta celebración conjunta de las hermandades, pasarla a un fin de semana para que vaya más gente, lo que dio incluso lugar a una votación en la sede del Consejo en la que se decidió dejar las cosas como están. Venció la tradición: la que sitúa el Vía Crucis el primer lunes de Cuaresma desde la creación de este culto en 1976, cuando fue hasta la Catedral en representación de todas las cofradías el Santísimo Cristo de las Misericordias, de Santa Cruz.
Ya se sabe que quienes reclaman pasarlo a otro día son los que podríamos llamar "contadores de bullas". Son ésos que hoy, o incluso anoche mismo, no hablan con sus familiares o amigos, ni escriben en sus crónicas aspectos relacionados con las lecturas de las estaciones, ni sobre las palabras del arzobispo, ni sobre cómo fue el Señor de Monte-Sión en el pasito, perfectamente adornado, de los traslados de la Virgen del Rosario. No. Ellos hablan hoy de números, de si había más o menos gente, de si los que acudieron a ver al Señor en sus caminos de ida o de vuelta o durante el rezo del vía crucis se podían mover con más o menos comodidad.
Es la consecuencia más directa del novelerío de la bulla que tanto parece importar a los "contadores". Si va usted a un acto cofradiero en esta ciudad y no le pisan veintinueve veces ni le empujan cuarenta y dos, es que ese acto cofradiero carece de importancia. Ni es acto cofradiero ni es 'ná'. Aquí lo que importa a algunos es la masa, el no poder dar un paso junto a una imagen. Lo cuantitativo frente a lo cualitativo. Porque todos ésos que anoche vagaban por las naves de la Catedral hablando entre ellos, de auténtica cháchara, sin prestar atención a las lecturas de las estaciones se les hacen pocos a los "contadores", los que hoy hablan de la Catedral como si de la Maestranza se tratara: "media entrada", dicen. Ellos necesitan más, muchos más. ¿Calidad y cantidad? Lo que sea, pero que haya bulla. La ciudad de la bulla. El novelerío de la bulla.
Y el caso es que Asenjo tenía toda la razón. Porque el vía crucis salió bien. Muy bien. El cortejo se puso en camino puntualmente a las cinco y cuarto de la tarde, saliendo a una Plaza de Monte-Sión que no sabemos si tenía media entrada, completa o entrada y tres cuartos. Muchos cofrades y devotos asistieron para ver la salida del Señor de la Oración en el Huerto, que venía encabezado por un cortejo que abría la cruz de guía de la hermandad. Los hermanos llevaban cirios de color morado y estaban separados en varios tramos delimitados por el Guión de San Juan de Letrán, basílica romana a la que está agregada la Capilla de Monte-Sión desde 1697, la nueva Bandera Pontificia, realizada por José Ramón Paleteiro y que cuenta con el escudo del Papa Inocencio XII, que otorgó a la hermandad el título de Pontificia, y el estandarte corporativo. También participaron los hermanos mayores del resto de cofradías del Jueves Santo, con el escudo de cada una de ellas pintado en sus cirios.
Detrás, iba la Capilla Musical María Auxiliadora, que en el momento de la salida interpretó las "Coplas al Señor de la Oración en el Huerto".
Tras los acólitos, que portaban seis ciriales también con cera morada, salió el Señor de la Oración en el Huerto, vestido con túnica morada bordada en oro, restaurada y enriquecida por Paleteiro, y con las potencias de oro de los Hermanos Delgado.
Las andas en las que es trasladada cada 1 de noviembre la Virgen del Rosario en su tradicional rosario de la aurora fueron adaptadas para el Vía Crucis, colocándose un monte bastante alto sobre el que iba el Señor y que estaba adornado con rosas, lilium y flor de cera, todo ello de color burdeos. Además, estaban iluminadas por los candelabros de las esquinas del paso de misterio y dos faroles plateados en los costeros.
En el momento de la salida, un hombre situado a pie de calle junto al Bar Vizcaíno cantó una saeta. Mientras, el Señor de la Oración en el Huerto fue girando a su derecha, al contrario de lo que hace cada Jueves Santo, rumbo a la parte más estrecha de la calle Feria.
El paso llevaba en la delantera una reliquia de Santo Domingo de Guzmán y estrenaba la remodelación del baquetón con remates plateados del antiguo paso de palio de la Virgen del Rosario, doce medallones con atributos de la Pasión realizados por Orfebrería Andaluza y los faldones de damasco y terciopelo burdeos, de Orobordado. Además, el llamador era el del paso de palio, que es una réplica del de la Estrella por la unión existente entre ambas hermandades.
Con un continuo relevo de los cofrades encargados de portar las andas, participando hermanos de diversas cofradías, el Señor de la Oración en el Huerto emprendió su camino deteniéndose en primer lugar ante la Iglesia de San Juan de la Palma, donde sus hermandades (Amargura, Cabeza y Montemayor) salieron a recibirla.
A continuación, siguió para realizar una visita a dos conventos cercanos: el del Espíritu Santo y el de las Hermanas de la Cruz.
Tras dejar atrás la calle Santa Ángela de la Cruz, y siempre con un ritmo bastante ágil, el Señor, con la cantante María del Monte sin separarse en ningún momento de la delantera de las andas, salió a la Plaza de San Pedro y se internó después por la Plaza del Cristo de Burgos para salir por Sales y Ferré, Boteros y San Juan a la Plaza de la Alfalfa. Posteriormente, por la Plaza de la Pescadería bajó la Cuesta del Rosario y la calle Villegas hasta la Plaza del Salvador.
Hay que subrayar que en todo momento, pero especialmente en zonas de una mayor concentración de público, la Policía Nacional hizo un excelente trabajo, a veces quizá con demasiado celo, para abrirle paso a las andas y garantizar la seguridad tanto delante como detrás de éstas. Igualmente, un vehículo de Protección Civil fue durante el traslado detrás de todo el cortejo.
Desde Entrecárceles y Francisco Bruna, el Señor de la Oración en el Huerto alcanzó la Plaza de San Francisco cuando ya la tarde empezaba a declinar. Pasó con cierta rapidez de camino a Hernando Colón, buscando ya las inmediaciones de la Catedral.
Aunque el ritmo se ralentizó en el tramo final del traslado de ida, no tardó demasiado en alcanzar el Señor la calle Alemanes, discurriendo después por Placentines para llegar a la Plaza de la Virgen de los Reyes, donde numerosas personas se habían apostado para ver la entrada. Precisamente, cuando las andas accedían al primer templo de la Archidiócesis por la Puerta de los Palos sonaron las campanas de la Giralda.
Ya dentro de la Catedral comenzó el rezo de las catorce estaciones del vía crucis, que estuvieron marcadas, como es habitual, por otras tantas cruces de guía de hermandades de la ciudad. En concreto, este año las hermandades que participaron con sus cruces de guía en el vía crucis fueron Pino Montano, San José Obrero, la Hiniesta, la Estrella, Santa Genoveva, las Aguas, San Benito, Santa Cruz, la Lanzada, los Panaderos, Pasión, el Gran Poder, la O y el Sol. Hay que indicar a este respecto que tanto Santa Genoveva como San Benito optaron por llevar sus antiguas cruces de guía, y no las que abren actualmente sus respectivos cortejos procesionales.
El Señor de la Oración en el Huerto fue recorriendo las naves de la Catedral deteniéndose ante cada cruz de guía para la lectura del texto evangélico relacionado con cada estación y de una oración final para cada una de ellas. Acto seguido, la cruz de guía correspondiente se situaba ante las andas del Señor para continuar el recorrido. El arzobispo Asenjo, junto al delegado diocesano de Hermandades y Cofradías, Marcelino Manzano, y los miembros de la Junta Superior del Consejo de Cofradías iban detrás.
Completado el rezo de las estaciones, las cruces de guía participantes se situaron ante el coro, mirando hacia el altar mayor de la Catedral, hasta el que fue conducido el Señor de la Oración en el Huerto para la alocución final del arzobispo. Lo acompañaron ante el majestuoso altar mayor todos los miembros del Consejo e incluso el pregonero de la Semana Santa de este año, Alberto García Reyes.
Juan José Asenjo comenzó su intervención aludiendo a la iconografía del Señor de la Oración, indicando que fue en el huerto donde comenzó "la epopeya de la salvación" tras la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. En el huerto, señaló el arzobispo, "Jesús vivió una dura batalla entre su condición divina y humana; como hombre tiene miedo, pero también sabe que tiene que aceptar el dolor y la muerte para redimir a la humanidad. Por eso le pide al Padre que aparte el cáliz, pero también dice que no se haga su voluntad, sino la suya".
Continuó Asenjo señalando que la imagen de Pedro Roldán que tenía delante "nos invita a aceptar la voluntad de Dios, el plan que tiene para nosotros". En el momento de la oración en el huerto, dijo, "ya vienen a por él, Judas le entrega por treinta monedas con un beso y Jesús es enviado al Sanedrín y a Pilatos, donde es juzgado por un juicio inicuo, porque el propio Pilatos y su mujer saben que es inocente, pero por miedo al césar se lava las manos y lo manda crucificar; se le impone una corona de espinas, que es un dolor cruento; es abandonado y se deja crucificar; pasa tres horas de agonía y nos da a su Madre, mientras entrega su espíritu al Padre, que nos lo devolverá en Pentecostés".
"Y la causa última de todos esos dolores son nuestros pecados, los de todas las generaciones que nos han precedido y las que nos sucederán", afirmó Asenjo, quien indicó que "procede arrepentirnos de nuestros pecados". "En Cuaresma sería bueno hacer confesión porque cada pecado es una ofensa a Dios y un envilecimiento propio; nos encadenamos, perdemos nuestra voluntad y ofendemos a la Iglesia", y continuó: "Hoy lloramos nuestros pecados y, como San Ignacio, nos preguntamos qué hemos hecho por Cristo, qué hago y qué debo hacer. La respuesta es sencilla: amarlo y ponerlo delante de nuestros amores porque es lo más importante; más que la fama, más que el dinero e incluso que la familia. Él es el supremo valor".
En este punto, Asenjo comentó que el padre Arrupe, sucesor de San Ignacio, profundizó en las palabras del santo y añadía: "¿Qué hemos hecho con nuestros hermanos?". Según explicó el arzobispo, "el Señor nos interpela a todos". "Hay mucho dolor entre nosotros y hay que salir al encuentro de estos hermanos y reconciliarnos con nuestros enemigos, mirarles a los ojos y darles la mano. El Señor nos espera, como en la parábola del hijo pródigo, para devolvernos la condición filial, por lo que yo deseo que en esta Cuaresma acojamos este deseo del Señor".
Por último, tras felicitar a la Hermandad de Monte-Sión, a la que deseó un feliz regreso a su capilla, y al Consejo por este vía crucis que, como dijo, "ha salido muy bien pese a ser lunes", dirigió las oraciones finales (Padre Nuestro, Ave María y Gloria) para que todos los que asistieron y rezaron el vía crucis ganaran las indulgencias previstas en este culto.
Antes de abandonar la Catedral, el Señor de la Oración en el Huerto fue llevado hasta la Capilla Real para situarse ante la Patrona de la Archidiócesis, la Virgen de los Reyes, que está vestida de morado, como corresponde en estos días de Cuaresma.
Con unos veinticinco minutos de retraso respecto a la hora prevista para la salida del cortejo de la Catedral, comenzó el traslado de vuelta a la calle Feria. De nuevo sonaron las campanas de la Giralda, ahora para despedir al Señor de la Oración en el Huerto.
Junto a la Puerta de los Palos, el encargado de llevar el carro para recoger los cirios de los hermanos que iban abandonando el cortejo veía cómo era imposible empujarlo durante el recorrido, dada la cantidad de cirios que se habían ido depositando en él. Finalmente, hubo que dejar unos cuantos en la Catedral para recogerlos hoy.
Tras salir a la Plaza de la Virgen de los Reyes, el Señor se encaminó nuevamente hacia Placentines y Alemanes, subiendo a continuación, como cada Jueves Santo, la Cuesta del Bacalao para recorrer el último tramo de Placentines y la calle Francos.
Desde Francos, el Señor salió a la Cuesta del Rosario y bajó por segunda vez la calle Villegas hasta la Plaza del Salvador, tomando después por Cuna y Orfila hasta Daoiz. Allí fue recibida por la Hermandad de Santa Marta bajo la puerta ojival de la Parroquia de San Andrés.
Posteriormente, por la plaza que lleva el mismo nombre de la parroquia el Señor siguió hasta Cervantes y desembocó en la Plaza de San Martín, en cuyo templo esperaba la Hermandad de la Lanzada con su estandarte.
A un ritmo rápido, las andas siguieron por Saavedras, Alberto Lista y Castellar, en dirección a la estrechez de la calle Feria.
Por fin, tras casi siete horas entre los dos traslados y el rezo del vía crucis, el Señor regresó a la calle Feria y a su Plaza de Monte-Sión, de nuevo llena de personas que quizá los “contadores de bullas” se ocuparon de cuantificar.
La Capilla María Auxiliadora volvió a interpretar una vez más las “Coplas al Señor de la Oración en el Huerto” y la imagen entró en su pequeño templo sin girarse para mirar hacia la plaza.
A quien miró el Señor de la Oración en el momento de la entrada fue a su Madre, la Virgen del Rosario, que lo recibió desde su camarín vestida de hebrea. La Hermandad de Monte-Sión acababa de poner el punto final, a las doce menos cinco de la noche, a un nuevo capítulo de su dilatada historia.