Sentado

La paciencia me guardará un buen asiento, aguardará mi puntualidad su hora de entrada y puede que llegue tarde. Dejaré pasar unas micros, soplaré el humo inquieto, yo quieto y tranquilo desahogaré mi violencia en un hilo de cáncer. Todo por no ir de pie, mi paciencia me guardará un asiento.

Y pues disfrutaré de un repetitivo viaje de vuelta o ida, más no se si al irme a casa estoy yendo o viniendo, tendré tiempo de pensarlo sentado. Salgo de la ciudad y sus alergias y entro en la casa de unos todos a los que no entiendo frecuentemente, ni me entienden, no comprenden mi paciencia y mi ahogada violencia, me tacharon de loco, se ríen de mi, y pues yo de ellos por reírse de mi.

Escapo de la ciudad yendo a casa y escapo de casa volviendo a la ciudad, respirando sus alergias y tragando bidones de rayos UV y reflejos agudos de la tortura solar. La diaria tortura.

Voy a casa, a sentir lo doméstico como algo ajeno, inservible, contradictorio, aquejante, ilusorio, inútil sobre todo inútil; sorprendiéndome de lo estúpidas que pueden llegar a ser las discusiones diarias sobre escoba y plato, miga y cloro, cama y orden. En eso se nos va la vida, entre humo, smog y polen, y estrés, sueño e higiene.
Que la paciencia me guarde un buen nicho, que aguarde mi explosión su interrupción, que despierte aburrida y cansada mi idea de la inflexión y durmiendo se quede mi instinto, que se dope diariamente con porro la inquietud, que la espera me guarde algo de paciencia.