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"SIN DISCIPLINA NO HAY SEGUIMIENTO.
SIN LIBERTAD, TAMPOCO
Domingo VIII de Tiempo Ordinario
Marcos 2,18-22
«En aquel tiempo los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
—       Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no? Jesús les contestó:
—       ¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen el novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasa­do; porque la pieza tira del manto –lo nuevo de lo viejo– y deja un roto peor.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».


El tipo de relación que mantenemos con los demás está en fun­ción del concepto que de ellos tengamos. No tratamos por igual a un niño que a un adulto, a una persona inmadura como a una madura. En nuestras relaciones ponemos de manifiesto el concepto y el jui­cio que nos merecen. En nuestras relaciones con Dios ocurre lo mis­mo: según lo que uno piensa de Él así lo trata y así se comporta.
Habida cuenta del concepto que Jesús mantiene y enseña sobre Dios –Padre y Amor: el propio de la parábolas del Hijo Pródigo o el Buen Samaritano–, apenas encontramos rasgos o gestos ascéticos o penitentes en su vida ni en la de sus discípulos. Presenta un modo de relación con Dios –un modelo de religión–, centrado en un cierto coraje de vivir de forma auténtica: el propio de los que destierran todo temor o miedo, toda forma de dependencia y absorción incluso en sus relaciones con Dios. Para Jesús un acto de obediencia a Dios por miedo a su castigo, no pasará de ser un gesto de cobardía. Si uno ayuna por temor no es una persona austera, sino un cobarde. San Pa­blo, siguiendo esta línea, se cansó de decir que la Ley esclaviza al hombre. Que la Ley es exigente y nunca liberadora; sólo la dimen­sión teologal, el ser como Dios manda, el ser imagen y semejanza histórica suya es a la vez exigente y liberadora.
Jesús, con su vida y con su predicación, nos está constantemente mostrando a un Dios cuya bondad es tal que los hombres pueden sentirse comprendidos, acogidos y acompañados en sus vidas por Él. Un Dios para el que no tiene valor de redención alguno el sufri­miento de sus criaturas, es más: que no quiere el dolor ni la pena de nadie. Lo que le agrada no es el sufrimiento de sus hijos sino el amor que pueden vivir en medio de sus padecimientos. Un Dios que lo único que espera de los humanos, de sus pobres criaturas, es que se identifiquen con su Hijo.
Para el Dios de los cristianos la disciplina corporal sólo puede re­sultar agradable en la medida en que es necesaria para el seguimien­to de Cristo. La disciplina inherente a estar vinculado al Hijo es ala­banza divina. Las otras penitencias no tienen ningún sentido ni valor. Habrá que ayunar y saber prescindir de cuanto nos impida darnos por completo a Cristo; contra lo que dificulte o impida nuestra adhe­sión a Él tendremos que luchar denodadamente, sin flaquear, sin desfallecer, con todas nuestras fuerzas.
Ayunar, como renunciar a algo o a alguien, en ocasiones, será las forma de expresar nuestro amor a Dios. Entonces y sólo entonces sí que será valido desde el punto de vista de la religión que presenta Je­sús de Nazaret. Pero claro, expresar el amor a plazo fijo, porque toca o está mandado, es irrisorio...
Para los judíos los tiempos de ayuno estaban fijados, porque la religión formaba parte de su tradición, de su costumbre, de su sentir­se miembros del pueblo elegido. En adelante, para los cristianos, ha­brá que elegir los lapsos, cada cual los suyos.
Los judíos fundamentaban su religión en el cumplimiento de unos deberes. Un judío podría afirmar: soy religioso –soy fiel a Dios– «porque» ayuno. Un cristiano invertiría los términos diciendo: ayuno «para» ser religioso, –«para» ser fiel a Dios–. En el primero el ayuno es causa que justifica, en el segundo es medio para un fin.
Nosotros no podemos aceptar el amar para cumplir deberes, eso nunca. Pero el cumplir deberes para amar, eso siempre.
Resumiendo: el Dios de los cristianos no acepta el ayuno ni la penitencia sino cuando son necesarios para el seguimiento de Cris­to, para nuestro crecimiento en plenitud, para animarnos en el cami­no de la santidad. El ayuno o la penitencia en sí mismos no tienen valor de alabanza divina.
Saber prescindir de lo que nos parece que es necesario, como la purificación de lo que es superfluo o inútil, será bueno, en la medida en que nos permita ver con más claridad lo esencial. En la medida en que nos prepare a saber relativizar lo relativizable, a no dar valor ab­soluto lo que es relativo y a dar valor absoluto a aquello que real­mente lo tiene...
Desde el punto de vista cristiano la ascesis no es un conjunto de actos o gestos a realizar en tiempos prefijados o «ad tempore», du­rante un período de la vida. Es, más bien, un componente del estilo de vida. Mientras estemos con el «Novio», vinculados a Él, la asce­sis no la necesitaremos; pero será necesaria para no alejarnos de su presencia o para no separarnos de su camino.
Jesús no arremete contra la práctica del ayuno, lo que se muestra implacable es contra todo aquello que quita o resta libertad al indivi­duo. No soporta imposición alguna, de ningún tipo. Esto es, justa­mente, lo que los judíos observantes le reprochan: esa libertad que ejerce y enseña y que ellos no tienen ni en sueños.

Libro: Ser Como Dios Manda; Una lectura “en voz activa” de San Mateo de Benjamín Oltra Colomer. EDICEP. Pág. 36-39
EL CAMINO DE LA VIDA
NO TIENE ATAJOS
Domingo I de Cuaresma
Mateo 4,1-11
Para todo aquel que busca la felicidad, la plenitud de su ser personal, la realización o la santidad, acercándose al modelo bajo el cual fue diseñado, ser imagen y semejanza de Dios, Cristo es su referente. Lo que sintió sentiremos, lo que predicó aprenderemos y por donde pasó pasaremos. Él es el modelo, el camino, la verdad y la vida.
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre.
El desierto es el lugar y la ocasión del encuentro del hombre consigo mismo y con Dios. Es el lugar de la oración y la ocasión de medirse con sus propias fuerzas.
Las tentaciones son los atajos que se nos ocurren para recorrer nuestros caminos y alcanzar las metas sin esfuerzo o haciendo trampa.


Y el tentador se le acercó y le dijo:
El diablo no nos tienta a desear cosas malas, sino buenas pero por el camino indebido. Os pongo un ejemplo: el dinero es un bien, nadie va a decir lo contrario, sirve para causas nobles; la tentación será acceder a él por el robo, la distorsión, el chantaje o la mentira, todo menos ponerse a trabajar honradamente.
El tentador presentó a Cristo la oportunidad, ocasión o tentación de alcanzar cosas buenas, para ellas vino al mundo, pero evitándose toda cruz o dificultad.
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan».
Le está diciendo: Utiliza el poder que tienes y evítate el camino tortuoso de la pobreza. Usa y abusa de tus capacidades y hazte mesías liberador en lo material. Llena los estómagos de las gentes, que coman sin trabajar, y te seguirán donde vayas, serás dueño de su espíritu y de su voluntad.
Pero él le contestó diciendo: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
O lo que es lo mismo: Sólo de pan muere el hombre cuando vive sólo para el pan.
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras».
Le dice: Hazte espectacular, deslumbra con tus poderes, manipula lo divino. Conquista la fe a golpes de milagro. Utiliza a Dios y sus poderes poniéndolos a tu servicio. Sé tú el administrador de Dios en este mundo así justificarás tus acciones u omisiones en su nombre.
Jesús le dijo: También está escrito: «No tentarás al Señor tu Dios».
El Señor tu Dios no es un curalotodo ni el duende de la lámpara maravillosa.
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos de este inundo y su esplendor le dijo: «Todo esto te daré si te postras y me adoras».
Le invita a conquistar el poder, la gloria, el aplauso. Le incita a ser un triunfador, a manipular conciencias al precio que sea. Es la forma más fácil de conseguir que la gente esté a sus pies y encima que le den el voto cuando se lo pida; pues los hombres no necesitan utilizar la cabeza, les basta con seguir a un cabecilla.
Entonces le dijo Jesús: «Vete Satanás, porque está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a él solo le darás culto"».
A los hombres les basta con seguir a un cabecilla; pero con el tiempo le suelen cortar la cabeza. Siempre pasa lo mismo, no hay caudillo que mil años dure.
El hombre nace para vivir arrodillado ante Dios o ante los dioses. O lo hace ante Dios y relativiza a los dioses o éstos le absorberán y ti­ranizarán.
Solamente por reírnos de los falsos absolutos, mejor: absolutos, que la vida nos va presentando o que nos vamos creando creyendo que nos van a dar un paraíso, pero que acaban haciendo de nuestra vida un infierno, ya vale la pena arrodillarse ante Dios, porque sólo entonces nos sabemos y sentimos libres.
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que los ángeles se acerca­ron y le sirvieron.
Todo hombre cuando viene a este mundo lo hace con una vocación que descubrir y llevar a cabo. Las vocaciones no se eligen ni se discu­ten, se asumen o no.
Para aclarar su vocación Jesús de Nazaret fue llevado al desierto.
Cuando uno está solo y a solas consigo mismo, trabajándose para conocerse y autocriticarse, (tarea esta que es previa a todo proyecto, misión o vocación que cumplir), toma conciencia que en su persona hay un conjunto de factores fundamentales, podríamos decir que esenciales a su ser individual, que se escapan a su control, que él no gobierna, tales como la genética, la cultura y la geografía en las que nació, etc. que le hacen ser como es y ante los cuales no pudo optar. En él hay gran parte de azar o providencia, tanto o más que de de­cisión deliberada y responsable. Pero también toma conciencia de que su personalidad está formada por otro tipo de factores que podríamos llamar secundarios y que caen dentro del campo de su control y gobierno. Tales como el ejercicio de su libertad, de la responsabilidad, la educación de su voluntad, la moral de trabajo, etc. Estos factores que están a tu servicio a poco que les apliques atención para entender, comprender y aprender de la historia y que si vas hacia ellos con prudencia, tecnología y esfuerzo están a tu disposición siempre y de forma positiva.
En el campo de la personalidad más que acudir a la oración hay que ponerse manos a la obra con toda la voluntad del mundo.
Aquí que no está claro lo de la oración es justamente donde la gente se aplica a rezar y enciende cirios o quema inciensos: ¡Que me aprue­ben un examen! ¡Que me salga la lotería! Cuestiones que se resuelven con esfuerzo, técnica o dinero.
Donde hay que aplicar oración es en los factores esenciales y fundamentales de la persona para desentrañar el misterio de tu vocación o destino.
La oración es el medio a nuestro alcance para saber: ¿Quién soy? ¿Qué vivo? ¿Para qué vivo? Y para discernir qué debo hacer, dónde y cómo servir.
De todo esto nos da Jesús ejemplo en el desierto. Quien no busca tiempo de desierto o es más listo que Jesús o no anda por sus sendas.
La oración, el desierto, es el tiempo que me tomo para desenmas­carar los falsos dioses que me voy creando y a los que mi corazón se va adhiriendo. Los falsos ídolos o absolutos que absorben mi vida y que me impiden ser en autenticidad.
La oración es el método o instrumento de trabajo con que cuento para no engañarme a mí mismo a la hora de decidir y discernir de cara a un futuro. Para no confundir felicidad con facilidad, bondad con lega­lidad o el amor con un querer para mí egoísta.
La oración es el descanso o descargo de mis dudas, de mis errores, de mis tenores porque sé que sólo rezando revivo la esperanza y la paz interior de saberme en los brazos de Dios.
Ante su futuro el hombre es un animal que sueña y si acaba adorando más a sus sueños que a su propia realidad, la estropea. Por la oración nos divorciamos de los sueños para casamos con la realidad El desierto, la cuaresma, es el tiempo de prepararse para el despertar de la Pascua.

Libro: Ser Como Dios Manda; Una lectura pragmática de San Mateo de benjamín Oltra Colomer. EDICEP. Pág. 26-30
Homilía Párroco Benjamín Oltra: Domingo 26 º T. O. 
Mt. 21, 28-32:
            Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis”.

La obediencia define a las personas.
Nuestra vida se aclara viendo a quien obedecemos.

Difícilmente podremos realizarnos si no sabemos bien quién somos.
La pregunta fundamental que uno se ha de hacer es: ¿quién soy yo?”


¿Quién soy? Quien los demás dicen que soy,
lo que puedo escribir en una tarjeta de presentación,
grabar en una placa de identidad o quien dice un pasaporte.

Para saber quién “yo soy”, para conocer mi realidad, o sea,
mi yo más auténtico, tendré que saber qué busco y a quién obedezco.

La obediencia a las personas y a las cosas nos identifican.
“Yo soy” lo que amo y obedezco. Y mira por donde
“Yo soy” es el nombre de Dios.
YHVH, Yahveh, “Yo Soy”

Soy cristiano si amo y obedezco lo mismo que Jesús, soy otro Cristo,
y Él, en repetidas ocasiones, se presenta diciendo: “Yo soy”.
A los apóstoles les dice: No temáis, “Yo soy”.
En Getsemaní, contesta a la turba “Yo soy”.
Y, recordad, “Yo soy” es el nombre de Dios.

Soy con Jesús “coheredero e hijo adoptivo de Dios”, (Rm 8,15),
si amo y obedezco lo mismo que amó y obedeció Él,
porque participo así de su misma vida divina.

Como nuestra identidad se fundamenta en nuestra obediencia,
para sincronizar nuestra vida con la de Cristo tendremos
que obedecer a Dios como Él le obedeció.

Entonces seremos partícipes de su naturaleza divina,
sin dejar de ser quien somos participaremos del ser de Dios.
Sin dejar de ser humano, sin dejar de ser quien “yo soy”,
participo de Dios, pues “en él soy, me muevo y existo”(Hch 17, 28)

Dios nos ama y nos crea continuamente,
nos conduce a ser en Él y como Él es.
Y, no lo olvidemos, Él es “Yo soy”.

Dios ha de poder decir de cualquier creyente lo mismo que dijo de Jesús:
“Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto, en ti me complazco” (Lc 3,22)
Esto tiene un precio, se consigue obedeciendo a Dios con perseverancia.
Nunca nos cansaremos de buscar y de obedecer a la voluntad de Dios.

“Yo soy” es mi identidad; “yo soy” sin adjetivos que me califican;
un “yo soy” sustantivado, pues mis obras me definen y hablan por mi.
Jn 10, 38, dice: “ Aunque no os fiéis de mí, fiaos de mis obras; así
sabréis de una vez que el Padre está en mí y yo estoy con el Padre”.

El viaje hacia nuestra identidad, que es nuestra realización y salvación, comienza y acaba en la búsqueda y encuentro con Dios, “Yo soy”, YHVH.

La obediencia a Dios no coarta nuestra libertad, todo lo contrario,
es la fuente de nuestra realización, pues nos conduce a renunciar a la búsqueda egocéntrica de nosotros mismos, a dejar de aferrarnos a lo que tenemos y vamos haciendo nuestro, pues como dijo Jesús: “El que conserve su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la conservará”, (Mt 10,39)

Las renuncias inherentes a la obediencia no son pérdida para nosotros,
son liberación que nos conducen al descubrimiento el verdadero “yo soy”
Cuando obedecemos a Dios obedecemos a uno que amamos y nos es de fiar; esto no es costoso , “es yugo llevadero y carga ligera”, (Mt 11, 25)

Asumamos, de una vez y por todas, que las palabras de la Biblia:
“Con amor eterno te amé. Escribí tu nombre en la palma de mí mano desde toda la eternidad. Te moldeé y te tejí en el vientre de tu madre”,
son de Dios para cada uno de nosotros en particular y en concreto.

De quien nos ama nos podemos fiar,
en él tenemos puesta nuestra confianza y esperanza,
por eso obedecerle es fuente de realización y felicidad.