SAN WENCESLAO. Nació en Bohemia de padre cristiano y madre pagana hacia el año 907. Fue educado en la sabiduría humana y divina por su abuela paterna, santa Ludmila. Fue severo consigo mismo, pacífico en la administración del reino y misericordioso para con los pobres, redimiendo para ser bautizados a esclavos paganos que estaban en Praga para ser vendidos. Alrededor del año 925 tomó, como Duque, el gobierno de su país. Enseguida se encontró con la hostilidad de los grandes señores amigos del paganismo todavía reinante en sus tierras, que le impedían el recto y justo gobierno de su ducado y la formación cristiana de sus súbditos. Fue un jefe pacífico y conciliador, promotor de la justicia hacia los desamparados y de las obras de misericordia hacia los pobres, a la vez que profundamente piadoso. Su hermano Boleslao, que capitaneaba la oposición de los violentos, con la colaboración de unos sicarios lo asesinó cerca de Praga el 28 de septiembre del año 929. Enseguida fue tenido por mártir y es venerado como patrono principal de Bohemia.- Oración: Señor, Dios nuestro, que inspiraste a tu mártir san Wenceslao preferir el reino de los cielos al reino de este mundo, concédenos, por sus ruegos, llegar a negarnos a nosotros mismos para seguirte a ti de todo corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SANTOS LORENZO RUIZ DE MANILA y 15 COMPAÑEROS MÁRTIRES. El 18 de octubre de 1987 Juan Pablo II canonizó a 16 mártires de Japón, inmolados entre 1633 y 1637, todos ellos Dominicos o de su entorno espiritual, entre los que hay religiosos (sacerdotes y hermanos profesos) y seglares (hombres y mujeres); 9 eran japoneses, 4 españoles, 1 francés, 1 italiano y 1 filipino. Después de sembrar la fe cristiana en Filipinas, Formosa y Japón, por decreto del jefe supremo nipón, Tokugawa Yemitsu, consumaron en Nagasaki su martirio en distintos días, pero su memoria se celebra en una misma conmemoración. He aquí sus nombres:Lorenzo Ruiz, padre de familia, nació en Manila. Domingo Ibáñez de Erquicia, sacerdote, nació en Régil (Guipúzcoa). Lucas del Espíritu Santo, sacerdote, nació en Carracedo de Vidriales (Zamora). Antonio González, sacerdote, nació en León. Miguel de Aozaraza, sacerdote, nació en Oñate (Guipúzcoa). Jordán Ansalone, sacerdote, nació en Santo Stefano Quisquina (Sicilia). Guillermo Courtet, sacerdote, nació en Sérignan (Francia). Eran japoneses: Santiago Kyushei Tomonaga, sacerdote. Tomás Hyoji, sacerdote. Vicente Schiwozuka, sacerdote. Francisco Shoyemon, hermano profeso. Mateo Kohioye, hermano profeso. Marina de Omura, dominica seglar. Magdalena de Nagasaki, dominica seglar. Miguel Kurobioye, catequista, y Lázaro de Kioto, intérprete.- Oración: Concédenos, Señor y Dios nuestro, la constancia de ánimo de tus santos mártires Lorenzo Ruiz y compañeros para servirte a ti y al prójimo, ya que son felices en tu reino los que han sufrido persecución por causa de la justicia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


SAN SIMÓN DE ROJAS. Nació en Valladolid (España) en 1552. Muy joven ingresó en la Orden de la Santísima Trinidad (Trinitarios). Estudió en Salamanca, fue ordenado de sacerdote, ocupó diversos cargos en su Orden. En 1612 fundó la Congregación de los Esclavos del Dulcísimo Nombre de María. Durante muchos años prestó servicios como sacerdote a la familia real de España. Entre sus rasgos característicos hay que destacar su profundo amor a la Virgen y la difusión, de palabra y por escrito, de devociones marianas como el «Ave María», la esclavitud mariana y los santuarios marianos. A su vida contemplativa unía su dedicación a los pobres, enfermos, desheredados y marginados de todo tipo. Dejó numerosos escritos de carácter religioso en los que se trasluce su experiencia de Dios y su celo de apóstol. Esclavo de María y siervo de los pobres, es el compendio de su vida. Murió en Madrid el 29 de septiembre de 1624. Lo canonizó Juan Pablo II en 1988.
BEATO BERNARDINO DE FELTRE . Nació en Feltre, región del Véneto en Italia, el año 1439, de familia noble. Cuando estudiaba Derecho en Padua, un sermón de san Jaime de la Marca lo decidió a abrazar la vida religiosa. Vencida la oposición de su padre, vistió el hábito franciscano en 1456, y recibió la ordenación sacerdotal en 1463. Nombrado predicador en 1469, no cesó ya en su apostolado popular e itinerante, recorriendo pueblos y ciudades del norte y centro de Italia, a pesar de su frágil salud. Anunciaba el Evangelio, promovía la paz y la justicia, combatía la relajación de costumbres y denunciaba los abusos de los usureros, por lo que se atrajo la enemistad de nobles, gobernantes y prestamistas sin conciencia. En los últimos años de su vida se dedicó, además, a la institución y difusión de los Montes de Piedad, que hacían préstamos con bajos intereses a los pobres, liberándolos así de las garras de los usureros. Como hombre de paz, fue delegado del papa Sixto IV para arreglar discordias civiles. Murió en Pavía el 28 de septiembre de 1494.
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Santos Alfeo (o Alfio), Alejandro y Zósimo. Eran hermanos carnales y fueron martirizados en Calydoni de Pisidia (en la actual Turquía), en el siglo IV.
San Anemundo. Obispo de Lyón. Fue martirizado el año 658.
San Caritón. Fue abad de la Laura Antigua, cerca de Belén (Palestina). Era asiduo de la oración y las penitencias. Fundó muchas lauras en el desierto de Judea y murió el año 350.
Santos Cunialdo y Gisilario. Sacerdotes de Salzburgo (Austria), colaboradores pastorales del obispo san Ruperto. Su vida se sitúa en el siglo VIII.
Santa Eustoquio. Nació en Roma hacia el año 367, hija del senador Tosocio y de santa Paula, familia aristocrática. Al morir su padre en 379, comenzó a frecuentar con su madre el grupo de damas piadosas que se reunía en torno a santa Marcela. Cuando llegó a Roma san Jerónimo en el 382, se hicieron dirigidas espirituales suyas, y cuando el Santo marchó a Palestina, ellas lo siguieron, visitaron muchos lugares santos y se establecieron en Belén, donde la madre construyó dos monasterios. Estudió Sagrada Escritura, aprendió hebreo y colaboró con san Jerónimo, quien le había dirigido una carta exhortándola a la virginidad y de dedicó algunos de sus escritos. Murió en Belén de Judá el año 419.
San Exuperio de Toulouse. Fue obispo de Toulouse (Francia). Llevó a buen término la basílica dedicada a San Saturnino y colocó en ella las reliquias del santo. Escribió al papa san Inocencio I haciéndole algunas consultas, y el papa le contestó en el 405. Fue tan parco consigo mismo como generoso con los demás, dice san Jerónimo, y san Paulino de Nola alabó su buen gobierno y santa vida, llena de caridad y austeridad. En los años 407 y 408 defendió su ciudad contra las incursiones de los bárbaros. Murió poco después del el año 411.
San Fausto de Riez. Nació en Bretaña (Francia) a principios del siglo V. Pronto ingresó en el monasterio de Lérins, del que fue elegido abad en el 434 al morir san Máximo, a quien sucedió también como obispo de Riez (Provenza) en el 460. Conservó las costumbres monacales y el ritmo de vida austera. Veló por la disciplina eclesiástica, socorrió a los pobres y combatió el arrianismo, por lo que el rey Eurico, arriano, lo desterró. Cuando regresó a su diócesis, la siguió gobernando con sabiduría y fortaleza, y murió poco después del año 485.
Santa Leoba (o Lioba). Nació en Inglaterra, era pariente de san Bonifacio, el gran apóstol de Alemania, y en su juventud ingresó en el monasterio benedictino de Wimborne. San Bonifacio quiso tener de colabores no sólo a los monjes, sino también a las monjas, y las invitó a unirse a su misión. Leoba, con un grupo de monjas, se trasladó en el 748 a Alemania y se hizo cargo de la abadía femenina de Tauberbischofsheim, en Baden. San Bonifacio le encomendó además la supervisión de todos los conventos de monjas establecidos en la región. Ella hablaba bien el latín y estaba bien dotaba para esa tarea. Sus monasterios fueron factores influyentes de evangelización. Murió en Schorsheim, junto a Maguncia, hacia el año 782.
San Salonio. Nació en Lyon (Francia) en torno al año 400. Era hijo de san Euquerio. De muy joven ingresó en el monasterio de la isla de Lérins. El año 439 fue elegido obispo de Ginebra (Suiza). Escribió un «comentario místico» a los Proverbios y Eclesiastés. Junto con otros obispos escribió al papa san León Magno asegurándole la aceptación de su doctrina sobre la Encarnación. Murió un 28 de septiembre, al comienzo de la segunda mitad del siglo V.
San Zama. Primer obispo de Bolonia (Italia), en el siglo IV.
Beato Francisco Javier Ponsa Casallarch. Nació en Moyá, provincia de Barcelona en España, en 1916. A los 19 años, superando la oposición de su padre, ingresó en la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, en la que profesó el 3 de junio de 1936, en Calafell (Tarragona). Cuando su comunidad se dispersó a causa de la persecución religiosa, él se refugió con su familia, en la que siguió llevando una vida religiosa. El día 27 de septiembre de 1936 fue arrestado y encarcelado, y el día siguiente, 28, lo llevaron a San Feliu de Codines (Barcelona), y allí una descarga de metralla acabó con su vida. Tenía veinte años.
Beatos Joaquín de San José Casas Juliá y José Casas Ros. Son dos mártires jóvenes, primos hermanos, víctimas de la persecución religiosa desencadenada en España. Joaquín nació en Ordal (Barcelona) el año 1914. De niño ingresó en el seminario de los Carmelitas Descalzos, en los que profesó en 1932. Apenas había terminado el primer curso de teología, se vio envuelto en la persecución religiosa. Se refugió en casa de su familia; fue detenido por los milicianos el 27 de octubre de 1936, junto con su primo José. Los llevaron a Vilafranca del Penedés (Barcelona) y los fusilaron al día siguiente, el 28, en la plaza de Moyá (Barcelona). José nació también en Ordal el año 1916. En 1928 ingresó en el seminario de Barcelona y, cuando todavía era seminarista y se encontraba de vacaciones en su pueblo, estalló la guerra civil española. Lo detuvieron junto con su primo Joaquín y los dos compartieron el martirio. Tenían 21 y 20 años respectivamente.
Beato José Tarrats Comaposada. Nació en Manresa (Barcelona) el año 1878. Desde pequeño llevó una vida de intensa piedad. Ingresó en la Compañía de Jesús como hermano coadjutor en 1895 y en 1910 hizo sus últimos votos. Dos años después lo nombraron enfermero de la Casa Profesa de Valencia, donde estuvo el resto de su vida. Cuando la República disolvió la Compañía, fue a la casa de las religiosas Angélicas para acompañar al P. Antonio Iñesta, anciano y enfermo. Cuando éste falleció, fue al Asilo de los ancianos desamparados para atender a los jesuitas enfermos allí recogidos. Fue un modelo de servicio y caridad. El 28 de septiembre de 1936 fue sacado del Asilo, junto con otros allí refugiados, y fusilado.
Beatos Juan Shozaburo y compañeros. Son un grupo de seis seglares agustinos japoneses, que, por su fe en Cristo, fueron decapitados en Nagasaki (Japón) el 28 de septiembre de 1630. Los beatificó Pío IX en 1867. Estos son sus nombres: Juan Shozaburo, catequista, nacido en 1612;Mancio Ikizayemon, admitido en la Orden Tercera de San Agustín; Miguel Tayemon Kinoshi, compañero y catequista del beato Bartolomé Gutiérrez;Lorenzo Hakizo, se había ofrecido como catequista y en calidad de tal acompañaba al beato Vicente Carvalho; Pedro Terai Kuhioye, había nacido en 1600 y se ofreció como catequista al misionero P. Francisco de Jesús, el cual lo admitió en la Orden Tercera de San Agustín; y Tomás Terai Kahioyeque nació en 1605 y era catequista del beato Bartolomé Gutiérrez, quien lo admitió en la Orden Tercera de San Agustín.
Beato Nicetas Budka. Nació en Drobomirka (Ucrania) el año 1877. De joven ingresó en el seminario, y se ordenó de sacerdote en 1905. Trabajó en el seminario de Lvov hasta que, en 1912, fue nombrado primer obispo de los católicos ucranianos de rito bizantino residentes en Canadá; puso gran empeño en mantener su fe y fomentar su vida cristiana. En 1928 regresó a su patria y fue nombrado obispo auxiliar de Lvov. Las autoridades del régimen comunista lo arrestaron en 1945 y lo condenaron a ocho años de trabajos forzados. Lo deportaron al gulag o campo de concentración de Karadzar (Kazajstán). Allí soportó por Cristo innumerables penalidades y perseveró en la fe hasta la muerte, acaecida el 28 de septiembre de 1949.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a los discípulos: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?» (Mt 16,24-26).
Pensamiento franciscano:
De la carta de san Francisco a los Fieles: Jesús pidió al Padre en Getsemaní que pasara de él el cáliz de la pasión; puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre. «Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, que él nos dio y que nació por nosotros, se ofreciera a sí mismo por su propia sangre como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí mismo, por quien fueron hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas» (2CtaF 11-13).
Orar con la Iglesia:
Dirijamos nuestra oración al Padre, que manifiesta su poder sobre todo en la misericordia y el perdón, y pidámosle que acoja nuestro corazón contrito y humillado.
-Por la Iglesia: para que sea signo e instrumento de reconciliación y lugar de acogida abierta a todos los hombres.
-Por los sacerdotes, ministros de la Iglesia: para que realicen con entrega generosa el ministerio sacramental del perdón y de la misericordia.
-Por los que sufren las consecuencias del pecado: el egoísmo, el odio, la opresión, el desprecio, la marginación: para que vean atendidas sus demandas de justicia y de paz.
-Por los que participamos en la celebración de la Eucaristía: para que luego seamos testigos de la palabra del Señor y de su amor.
Oración: Ten misericordia de nosotros, Dios Padre nuestro, perdona nuestros pecados y asístenos con tu gracia para que no volvamos a pecar. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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HAY QUE CARGAR CON LA CRUZ Y SEGUIR A JESÚS
Benedicto XVI, Ángelus del día 31 de agosto de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
También hoy (Domingo XXII-A), en el Evangelio, aparece en primer plano el apóstol san Pedro, como el domingo pasado. Pero, mientras que el domingo pasado lo admiramos por su fe sincera en Jesús, a quien proclamó Mesías e Hijo de Dios, esta vez, en el episodio sucesivo, muestra una fe aún inmadura y demasiado vinculada a la «mentalidad de este mundo» (cf. Rom 12,2).
En efecto, cuando Jesús comienza a hablar abiertamente del destino que le espera en Jerusalén, es decir, que tendrá que sufrir mucho y ser asesinado para después resucitar, san Pedro protesta diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! De ningún modo te sucederá eso» (Mt 16,22). Es evidente que el Maestro y el discípulo siguen dos maneras opuestas de pensar. San Pedro, según una lógica humana, está convencido de que Dios no permitiría nunca que su Hijo terminara su misión muriendo en la cruz. Jesús, por el contrario, sabe que el Padre, por su inmenso amor a los hombres, lo envió a dar la vida por ellos y que, si esto implica la pasión y la cruz, conviene que suceda así. Por otra parte, sabe también que la última palabra será la resurrección. La protesta de san Pedro, aunque fue pronunciada de buena fe y por amor sincero al Maestro, a Jesús le suena como una tentación, una invitación a salvarse a sí mismo, mientras que sólo perdiendo su vida la recibirá nueva y eterna por todos nosotros.
Ciertamente, si para salvarnos el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir crucificado, no se trata de un designio cruel del Padre celestial. La causa es la gravedad de la enfermedad de la que debía curarnos: una enfermedad tan grave y mortal que exigía toda su sangre. De hecho, con su muerte y su resurrección, Jesús derrotó el pecado y la muerte, restableciendo el señorío de Dios. Pero la lucha no ha terminado: el mal existe y resiste en toda generación y, como sabemos, también en nuestros días. ¿Acaso los horrores de la guerra, la violencia contra los inocentes, la miseria y la injusticia que se abaten contra los débiles, no son la oposición del mal al reino de Dios? Y ¿cómo responder a tanta maldad si no es con la fuerza desarmada y desarmante del amor que vence al odio, de la vida que no teme a la muerte? Es la misma fuerza misteriosa que utilizó Jesús, a costa de ser incomprendido y abandonado por muchos de los suyos.
Queridos hermanos y hermanas, para llevar a pleno cumplimiento la obra de la salvación, el Redentor sigue asociando a sí y a su misión a hombres y mujeres dispuestos a tomar la cruz y seguirlo. Como para Cristo, también para los cristianos cargar la cruz no es algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor. En nuestro mundo actual, en el que parecen dominar las fuerzas que dividen y destruyen, Cristo no deja de proponer a todos su invitación clara: quien quiera ser mi discípulo, renuncie a su egoísmo y lleve conmigo la cruz.
Invoquemos la ayuda de la Virgen santísima, la primera que siguió a Jesús por el camino de la cruz, hasta el final. Que ella nos ayude a seguir con decisión al Señor, para experimentar ya desde ahora, también en las pruebas, la gloria de la resurrección.
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CUANDO UN REY JUZGA LEALMENTE A LOS DESVALIDOS,
SU TRONO ESTÁ SIEMPRE FIRME

De la Leyenda primera paleoslava
Al morir su padre Bratislao, los habitantes de Bohemia eligieron por duque a Wenceslao. Por la gracia de Dios, era hombre de una fe íntegra. Auxiliaba a todos los pobres, vestía a los desnudos, alimentaba a los hambrientos, acogía a los peregrinos, conforme a las enseñanzas evangélicas. No toleraba que se cometiera injusticia alguna contra las viudas, amaba a todos los hombres, pobres y ricos, servía a los ministros de Dios, embellecía muchas iglesias.
Pero los hombres de Bohemia se ensoberbecieron y persuadieron a su hermano menor, Boleslao, diciéndole:
«Wenceslao conspira con su madre y con sus hombres para matarte».
Wenceslao acostumbraba ir a todas las ciudades para visitar sus iglesias en el día de la dedicación de cada una de ellas. Entró, pues, en la ciudad de Boleslavia, un domingo, coincidiendo con la fiesta de los santos Cosme y Damián. Después de oír misa, quería regresar a Praga, pero Boleslao lo retuvo pérfidamente, diciéndole:
«¿Por qué has de marcharte, hermano?».
A la mañana siguiente, las campanas tocaron para el oficio matutino. Wenceslao, al oír las campanas, dijo:
«Loado seas, Señor, que me has concedido vivir hasta la mañana de hoy».
Se levantó y se dirigió al oficio matutino. Al momento, Boleslao lo alcanzó en la puerta. Wenceslao lo miró y le dijo:
«Hermano, ayer nos trataste muy bien».
Pero el diablo, susurrando al oído de Boleslao, pervirtió su corazón; y, sacando la espada, Boleslao contestó a su hermano:
«Pues ahora quiero hacerlo aún mejor».
Dicho esto, lo hirió con la espada en la cabeza. Wenceslao, volviéndose a él, le dijo:
«¿Qué es lo que intentas hacer, hermano?».
Y, agarrándolo, lo hizo caer en tierra. Vino corriendo uno de los consejeros de Boleslao e hirió a Wenceslao en la mano. Éste, al recibir la herida, soltó a su hermano e intentó refugiarse en la iglesia, pero dos malvados lo mataron en la puerta. Otro, que vino corriendo, atravesó su costado con la espada. Wenceslao expiró al momento, pronunciando aquellas palabras:
«A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».
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SAN FRANCISCO DE ASÍS (1181-1226)
por Jacques Vidal, OFM
2. Religión (I)
«Cuando yo vivía en pecado, la vista de los leprosos me resultaba insoportable. Pero el Señor me condujo entre ellos, y lo que me parecía amargo se trocó en dulzura para el alma y para el cuerpo» (Testamento).
Francisco de Asís sitúa el inicio de su religión en el beso al leproso. La inversión de los valores sensibles que saborean el alma y el cuerpo significa la transformación de una esclavitud en una serena libertad. El espíritu exulta porque la realización pública de un acto prohibido pone de manifiesto la verdad de una metamorfosis.
La energía así renovada no impide lo trágico. Tiende, por el contrario, a descender hacia la miseria en proporción al bien que se persigue. Francisco se emplea con ardor en seguir al Cristo que cura. Sus hallazgos son conmovedores. Todos, o casi todos, llevan el sello de un realismo del símbolo. El leproso, imagen viva del pecado en toda criatura, le atrae irresistiblemente. Se dirige hacia el mendigo, hacia el ladrón, hacia el pobre, hacia el marginado; se preocupa del animal, de la planta y de todas las cosas. Cuanto más se aproxima a los pequeños, más le alegra el canto de la alondra al elevarse por el aire. Su alma se despliega con el cuerpo y con el universo, cerca del Creador. Su joven religión aspira a llevar el mundo y los hombres a la raíz regenerada de una común relación de origen. Guiado por una luz secreta, presiente el formidable viaje, la enorme herida, y empieza a entregar su llanto a la misericordia del espíritu.
El espíritu es dueño y señor cuando degusta la dulzura de la penitencia. Su luz naciente se remonta desde el fondo del abismo y su fuerza purificadora afirma el despojo del ser. El sayal terroso, las sandalias, el bastón, la ermita, simbolizan la profundidad convertida. Y esa profundidad se llama pobreza, simplicidad, libertad. Sus eclosiones adornan las praderas de la vida cotidiana. Trovador, juglar de Dios, heraldo del Gran Rey, enviado del Altísimo, Francisco de Asís respira su único mensaje: «Mi Dios y mi Todo». Su sentido patético, su genio escénico, su instinto del ritmo y del gesto, llevan los símbolos a los terrenos en los que se activan las potencias del mito y del rito. En los espacios del hombre esencial, éste danza su religión. Hace de ella un arte que va a dar origen a una tradición legendaria (Florecillas).
Pero el vino del gozo es para el esfuerzo y la religión es religión de la ascensión. Desde el principio, cuando se dispone a descender, es para elevarse. La montaña, ¿no es el abismo ya colmado? Francisco recibe del evangelio esa montaña total. Se ajusta al evangelio sin demora, sin glosa, sin pertrechos, en la fiesta de san Mateo, el 24 de febrero de 1208. El evangelio resume su trayectoria vital. Principio y fin de los itinerarios de salvación, vocación esencial, la buena nueva es el camino real. Permite acceder a la verdad de una tradición, en el seno de una comunidad viva que conoce la piedra angular y la cumbre, Jesucristo, el Señor, luz del mundo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, nacido de la virgen María, creador y redentor. Desde entonces el misterio de la encarnación abre el camino a la religión de la profundidad, el misterio de la pasión a la religión de la penitencia y el misterio de la resurrección a la religión de la altura. Jesús de Nazaret es el perfecto religioso del Padre que está en los cielos. Cada hombre que adore en espíritu y en verdad desplegará en él su relación originaria en la amistad de una filiación divina perdida y hallada.