SAN SERGIO DE RADONEZ. Es considerado gran maestro de la vida monástica rusa y protector de Rusia. Nació de familia noble en Rostov en torno al año 1314. A los veinte años, siguiendo el ejemplo de los Padres del desierto, inició la vida eremítica en un bosque cerca de Radonez, no lejos de Moscú. Pronto se le unieron muchos seguidores, y en 1354 empezó con ellos la vida monástica en comunidad. Así nació el monasterio de la Santísima Trinidad, punto de referencia para el monacato de la Rusia septentrional. «Como san Francisco de Asís, santo al que muchos hagiógrafos lo han comparado, san Sergio trabajaba con empeño no sólo al servicio de la Iglesia, sino también al de la sociedad, oponiéndose al egoísmo y a los intereses privados y difundiendo la paz y el amor de Cristo» (Juan Pablo II, Angelus del 4-X-92). Se le atribuyeron experiencias místicas, como las visiones. Murió en su monasterio el 25 de septiembre de 1392, y sus restos mortales se veneran en la iglesia de la Santísima Trinidad, lugar que a lo largo de los siglos ha sido y sigue siendo un importante centro de la espiritualidad rusa.
BEATOS JUAN PEDRO BENGOA ARANGUREN, PABLO MARÍA LEOZ Y PORTILLO, y JESÚS HITA MIRANDA. Estos tres religiosos, los dos primeros Pasionistas y el tercero Marianista, durante la persecución religiosa en España, fueron arrestados en Ciudad Real y fusilados en Carrión de Calatrava el 25 de septiembre de 1936. Sus cuerpos fueron arrojados a un pozo, y ha resultado imposible identificarlos entre tantos fusilados. Juan Pedro nació en Santa Águeda (Guipúzcoa) el año 1890. Profesó en los Pasionistas en 1908 y estudió filosofía en Toluca (México). En la persecución mexicana estuvo encarcelado, luego marchó a Chicago (USA), donde recibió la ordenación sacerdotal. Le encomendaron distintas misiones en México y España. Dotado de una poderosa voz de bajo, dignificaba la liturgia. Realizó una buena labor catequista y predicó bastantes misiones. Pablo María nació en Leoz (Navarra) en 1882. Daba ejemplo de laboriosidad y acogía en su casa a los pobres. A los 26 años abrazó la vida religiosa en los Pasionistas. Trabajó en varias casas y se dedicó recoger limosnas por los pueblos. Jesús nació en Calahorra (La Rioja) el año 1900. Ingresó en el postulantado de los Marianistas en 1913 y profesó en 1918. Terminados sus estudios, a partir de 1921 se entregó a la enseñanza en los diversos destinos a donde fue enviado. Fue un excelente educador, solícito del bien de sus alumnos, tenaz en su trabajo personal y perfeccionista, siempre dispuesto a desempeñar trabajos supletorios.
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San Aunacario (o Anacario). Nació en Orleáns. De joven estuvo en la corte, luego ingresó en el clero de Autun y el año 561 fue elegido obispo de Auxerre (Francia). Durante su episcopado y en Auxerre se concluyó el llamadoMartirologio Jeronimiano. Cuidó mucho la disciplina litúrgica y canónica de su diócesis. Murió el año 605.
San Cleofás. La Iglesia conmemora hoy a este discípulo del Señor, a quien se refiere el Evangelio de san Lucas al hablar de «los discípulos de Emaús». La tarde del día de Pascua, Cleofás y el otro discípulo de Jesús iban a Emaús. En el camino se les apareció Cristo que les fue explicando las Escrituras. Sus corazones ardían. Al llegar al pueblo, Jesús hizo además de seguir adelante, pero ellos lo detuvieron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece». Puestos a la mesa, el Señor tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo fue dando. Ellos entonces lo reconocieron, volvieron a Jerusalén y contaron a los Apóstoles lo que les había pasado (Lc 24,13-35).
San Ermenfrido. Fue monje en el monasterio de Luxeuil, y más tarde se dedicó a dar nueva vida al abandonado monasterio de Cusance, región del Franco Condado en Francia, del que fue abad y en el que murió hacia el año 670.
San Fermín. Obispo de Amiens (Francia), que sufrió el martirio a principios del siglo IV.
San Finbarro (o Barr). Obispo de Cork (Munster, Irlanda) en el siglo VI.
Santos Pablo, Tata y sus hijos. Pablo y Tata, que eran esposos, y sus hijos Sabiniano, Máximo, Rufo y Eugenio, acusados todos ellos de ser cristianos, fueron azotados y sometidos a otras crueles torturas hasta que entregaron su espíritu a Dios. El martirio tuvo lugar en Damasco de Siria, en una fecha desconocida del siglo IV.
San Principio. Era hermano de san Remigio y fue obispo de Soissons (Francia), en el siglo VI.
San Solemne. Obispo de Chartres (Francia). Murió poco antes del año 511.
Beato José María Vidal Segú. Nació en Secuita (Tarragona, España), en 1912. Hizo su profesión religiosa en los Dominicos el año 1929, y recibió la ordenación sacerdotal el 11 de abril de 1936. Era bondadoso y de buena voluntad, humilde y sencillo, muy querido por sus hermanos de comunidad. Tuvo que dejar el convento de Valencia el 19 de julio de 1936 a causa de la persecución religiosa. Estuvo vagando por la ciudad, depauperado y en una situación lamentable. Marchó Barcelona y luego se ocultó en una casa de campo de Piera (Barcelona), de la que su hermano era colono. Allí lo detuvieron por ser religioso, y el 24 ó 25 de septiembre de 1936 lo martirizaron en un bosque junto a la carretera de Piera a Vallbona.
Beatos Juan Codera Marqués y Tomás Gil de la Cal. Estos dos miembros de la familia Salesiana fueron martirizados en Madrid el 25 de septiembre de 1936, durante la persecución religiosa española. Juan nació en Barbastro (Huesca) el año 1883, e hizo la profesión religiosa como coadjutor salesiano en 1919. Era enfermero. Lo detuvieron y lo pusieron en libertad varias veces en Madrid hasta que, el 25 de septiembre de 1936, mientras visitaba a un enfermo, lo arrestaron y a continuación lo mataron. Tomás nació en Guzmán (Burgos) el año 1898. Llegó al Colegio de Carabanchel Alto (Madrid) como ayudante; pero, deseando abrazar la vida religiosa, fue admitido al postulantado salesiano. Era todavía postulante cuando se desató la persecución religiosa. También él fue arrestado y liberado varias veces antes de su martirio junto con Juan.
Beato Luis Fermín Huerta. Nació en Torrecilla del Monte (Burgos) en 1905. Emitió sus primeros votos en 1922. Debido a su miopía aguda, lo destinaron a tareas domésticas, en particular la de cocinero; algún tiempo dio clases a los más pequeños. En agosto de 1935 volvió a Arceniega (Álava). Era un excelente religioso, piadoso, humilde, abnegado, servicial. Al estallar la persecución religiosa, lo detuvieron y, conducido a Bilbao, lo encerraron en el barco-prisión “Cabo Quilates”. Allí sufrió toda clase de torturas y vejaciones, y el 25 de septiembre de 1936 lo asesinaron en el mismo barco. Beatificado el 13-X-2013.
Beato Marcos Criado. Nació en Andújar (Jaén, España) en 1522. El año 1536 abrazó la vida religiosa en la Orden de la Santísima Trinidad, en la que profesó y se ordenó de sacerdote. Destinado a la evangelización del reino de Granada, predicó el Evangelio por pueblos y ciudades sin descanso. De modo especial se dedicó a la misión entre los moriscos. Cuando trabajaba pastoralmente en las Alpujarras, los moriscos lo apresaron, lo torturaron y por último lo mataron arrancándole el corazón el 25 de septiembre de 1569.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
De la primera carta de san Pablo a los Corintios: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,16-17).
Pensamiento franciscano:
De la carta de san Francisco a un ministro: «Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo, pecara mortalmente, esté obligado por obediencia a recurrir a su guardián. Y todos los hermanos que sepan que ha pecado, no lo avergüencen ni lo difamen, sino tengan gran misericordia de él, y mantengan muy oculto el pecado de su hermano; porque no necesitan médico los sanos sino los que están mal» (CtaM 14-15).
Orar con la Iglesia:
Alabemos a Cristo, que asumió nuestra condición humana, haciéndose igual a nosotros en todo menos en el pecado, y pidámosle que su Espíritu habite siempre en nosotros.
-Guía, Señor, a quienes gobiernan las naciones: para que todos los hombres puedan cumplir libremente tu voluntad y trabajar por el bien y la paz.
-Tú que, por tu sacrifico en la cruz, nos devolviste la libertad de los hijos de Dios: rompe las cadenas de los que sufren esclavitud en el cuerpo o en el espíritu.
-Concede, Señor, a los jóvenes el crecimiento integral y la realización de sus esperanzas: para que así respondan a tus designios de amor y felicidad.
-Que los niños imiten el ejemplo que nos diste en Nazaret: para que crezcan en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres.
Oración: Señor Jesús, concédenos amarte de todo corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los hombres. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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EL VERDADERO SIGNIFICADO DEL CUERPO
Del discurso de S. S. Benedicto XVI
al Instituto pontificio Juan Pablo II (13-V-2011)
El beato Juan Pablo II os ha encomendado, para el estudio, la investigación y la difusión, sus «Catequesis sobre el amor humano», que contienen una profunda reflexión sobre el cuerpo humano. Conjugar la teología del cuerpo con la del amor para encontrar la unidad del camino del hombre: éste es el tema que quiero indicaros como horizonte para vuestro trabajo.
Poco después de la muerte de Miguel Ángel, Paolo Veronese fue llamado a la Inquisición, con la acusación de haber pintado figuras inapropiadas alrededor de la Última Cena. El pintor respondió que también en la Capilla Sixtina los cuerpos estaban representados desnudos, con poca reverencia. Fue el propio inquisidor el que defendió a Miguel Ángel con una respuesta que se ha hecho famosa: «¿No sabes que en estas figuras no hay nada que no sea espíritu?». En la actualidad nos cuesta entender estas palabras, porque el cuerpo aparece como materia inerte, pesada, opuesta al conocimiento y a la libertad propias del espíritu. Pero los cuerpos pintados por Miguel Ángel están llenos de luz, de vida, de esplendor. De esta manera quería mostrar que nuestros cuerpos entrañan un misterio. En ellos el espíritu se manifiesta y actúa. Están llamados a ser cuerpos espirituales, como dice san Pablo (cf. 1 Cor 15,44).
Podemos ahora preguntarnos: Este destino del cuerpo, ¿puede iluminar las etapas de su camino? Si nuestro cuerpo está llamado a ser espiritual, ¿no deberá ser su historia la de la alianza entre cuerpo y espíritu? De hecho, lejos de oponerse al espíritu, el cuerpo es el lugar donde el espíritu puede habitar. A la luz de esto se puede entender que nuestros cuerpos no son materia inerte, pesada, sino que hablan, si sabemos escuchar, con el lenguaje del amor verdadero.
La primera palabra de este lenguaje se encuentra en la creación del hombre. El cuerpo nos habla de un origen que nosotros no nos hemos conferido a nosotros mismos. «Me has tejido en el seno materno», dice el salmista al Señor (Sal 139,13). Podemos afirmar que el cuerpo, al revelarnos el Origen, lleva consigo un significado filial, porque nos recuerda nuestra generación, que, a través de nuestros padres que nos han dado la vida, nos hace remontarnos a Dios Creador. El hombre sólo puede aceptarse a sí mismo, sólo puede reconciliarse con la naturaleza y con el mundo, cuando reconoce el amor originario que le ha dado la vida.
A la creación de Adán le sigue la de Eva. La carne, recibida de Dios, está llamada a hacer posible la unión de amor entre el hombre y la mujer, y transmitir la vida. Los cuerpos de Adán y Eva antes de la caída aparecen en perfecta armonía. Hay en ellos un lenguaje que no han creado, un erosarraigado en su naturaleza, que los invita a recibirse mutuamente del Creador, para poder así darse. Comprendemos entonces que el hombre, en el amor, es «creado nuevamente». Incipit vita nova, decía Dante, comienza la vida de la nueva unidad, de los dos en una carne. La verdadera fascinación de la sexualidad nace de la grandeza de la apertura de este horizonte: la belleza integral, el universo de la otra persona y del «nosotros» que nace de la unión, la promesa de comunión que allí se esconde, la fecundidad nueva, el camino que el amor abre hacia Dios, fuente del amor.
La unión en una sola carne se hace entonces unión de toda la vida, hasta que el hombre y la mujer se convierten también en un solo espíritu. Se abre así un camino en el que el cuerpo nos enseña el valor del tiempo, de la lenta maduración en el amor. Desde esta perspectiva, la virtud de la castidad recibe nuevo sentido. No es un «no» a los placeres y a la alegría de la vida, sino el gran «sí» al amor como comunicación profunda entre las personas, que requiere tiempo y respeto, como camino hacia la plenitud y como amor que se hace capaz de generar la vida y de acoger generosamente la vida nueva que nace.
La familia es el lugar donde se unen la teología del cuerpo y la teología del amor. Aquí se aprende la bondad del cuerpo, su testimonio de un origen bueno, en la experiencia del amor que recibimos de nuestros padres. Aquí se vive el don de sí en una sola carne, en la caridad conyugal que une a los esposos. Aquí se experimenta la fecundidad del amor, y la vida se entrelaza a la de las otras generaciones. Y es en la familia donde el hombre descubre su carácter relacional, no como individuo autónomo que se autorrealiza, sino como hijo, esposo, padre, cuya identidad se funda en la llamada al amor, arecibirse de otros y a darse a los demás. Este camino de la creación encuentra su plenitud con la Encarnación, con la venida de Cristo. Dios asumió el cuerpo, se reveló en él.
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PARA SANAR DEL PECADO,
MIREMOS A CRISTO CRUCIFICADO

S. Agustín, Tratado 12 sobre el evangelio de S. Juan (8.10-11)
Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Así pues, Cristo estaba en la tierra y estaba a la vez en el cielo: aquí estaba con la carne, allí estaba con la divinidad, mejor dicho, con la divinidad estaba en todas partes. Nacido de madre, no se apartó del Padre. Sabido es que en Cristo se dan dos nacimientos: uno divino, humano el otro; uno por el que nos creó y otro por el que nos recreó. Ambos nacimientos son admirables: aquél sin madre, éste sin padre. Y puesto que había recibido un cuerpo de Adán -ya que María había recibido un cuerpo de Adán, pues María desciende de Adán- y este cuerpo él habría de resucitarlo, se refirió a la realidad terrena cuando dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Pero se refirió a la realidad celeste, al decir: El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. ¡Animo, hermanos! Dios ha querido ser Hijo del hombre y ha querido que los hombres sean hijos de Dios. Él bajó por nosotros; subamos nosotros por él.
Efectivamente, bajó y murió, y su muerte nos libró de la muerte. La muerte lo mató y él mató a la muerte. Y ya lo sabéis, hermanos: por envidia del diablo entró esta muerte en el mundo. Dios no hizo la muerte: es la Escritura la que habla; ni se recrea -insiste- en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera. Pero, ¿qué es lo que dice poco después? Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo. El hombre no se hubiera acercado, coaccionado, a la muerte con que el diablo le brindaba: el diablo no tiene efectivamente poder coactivo, pero sí astucia persuasiva. Sí no hubieses consentido, nada te hubiera hecho el diablo: tu consentimiento, oh hombre, te condujo a la muerte. De un mortal nacimos mortales: de inmortales nos hicimos mortales. Todos los hombres nacidos de Adán son mortales: y Jesús, Hijo de Dios, Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, Unigénito igual al Padre, se hizo mortal: pues el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros.
Asumió, pues, la muerte y la suspendió en la cruz, librando así a los mortales de esa misma muerte. Lo que en figura sucedió a los antiguos, lo recuerda el Señor: Lo mismo que Moisés -dice- elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Gran misterio éste, ya conocido por quienes han leído la Escritura. Oiganlo también los que no la han leído y los que, habiéndola leído o escuchado, la han olvidado. Estaba siendo diezmado el pueblo de Israel en el desierto a causa de las mordeduras de las serpientes, y la muerte hacía verdaderos estragos: era castigo de Dios, que corrige y flagela para instruir.
Con aquel misterioso signo se prefiguraba lo que iba a suceder en el futuro. Lo afirma el mismo Señor en este pasaje, a fin de que nadie pueda interpretarlo de modo diverso al que nos indica la misma Verdad, refiriéndolo a sí mismo en persona. En efecto, el Señor ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce, la colocara en un estandarte en medio del desierto, y advirtiera al pueblo de Israel que si alguno era mordido por una serpiente, mirara a la serpiente alzada en el madero.
¿Qué representa la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz. Por la efigie de una serpiente era representada la muerte, precisamente porque de la serpiente provenía la muerte. La mordedura de la serpiente es mortal; la muerte del Señor es vital. ¿No es Cristo la vida? Y, sin embargo, Cristo murió. Pero en la muerte de Cristo encontró la muerte su muerte. Si, muriendo, la Vida mató la muerte, la plenitud de la vida se tragó la muerte; la muerte fue absorbida en el cuerpo de Cristo. Lo mismo diremos nosotros en la resurrección, cuando cantemos ya triunfalmente: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
Mientras tanto, hermanos, miremos a Cristo crucificado para sanar de nuestro pecado.
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LA VÍA DE LA CONVERSIÓN
EN SAN FRANCISCO DE ASÍS
«El Señor me llevó entre los leprosos»

por Lázaro Iriarte, OFMCap
LA EXPERIENCIA SUPREMA (y II)
La Vida I de Celano nos describe a Francisco, ebrio de gozo por la libertad nueva que ahora [después de la renuncia hecha ante el obispo] gustaba su espíritu, pregonando su dicha en francés bosque adelante; los ladrones lo arrojan en una hoya de nieve; se levanta y sigue cantando con mayor gozo las alabanzas del Creador. Va a pedir trabajo a una abadía, y allí tiene que probar desnudez y hambre, en tal grado, que se ve precisado a tentar mejor acogida en otra parte. En Gubbio un amigo le proporciona el vestido indispensable; por fin, sigue el biógrafo, «se trasladó a los leprosos; vivía con ellos, sirviéndoles a todos con suma diligencia por Dios; lavábales las llagas pútridas y se las curaba» (1 Cel 17; LM 2,6).
Fue su noviciado. Y sería también el noviciado de sus primeros seguidores. Persuadido de que Cristo acaba por revelarse siempre a quien le busca en el pobre, en el humilde y paciente, les ofrecerá como un regalo esa experiencia tan rica para él de dulces consecuencias. «Durante el día trabajaban con sus manos, los que sabían hacerlo, morando en las leproserías, o en otros lugares honestos, sirviendo a todos humilde y devotamente» (1 Cel 39).
El Espejo de Perfección (EP 44) nos ofrece un notable testimonio de la pedagogía evangélica empleada por el joven fundador con los novicios: «En los principios de la orden quiso que los hermanos moraran en los hospitales de los leprosos para servir a éstos, con el fin de que allí se fundamentaran en la santa humildad. Y así, cuando pretendían entrar en la orden, fuesen nobles o plebeyos, entre otras cosas se les comunicaba sobre todo que debían consagrarse al servicio de los leprosos y vivir con ellos en los lazaretos». El fruto que Francisco pretendía era la conversión mediante la convivencia fraterna con los leprosos.
Los primeros franciscanos establecidos en tierras germánicas comenzaron asimismo morando en las leproserías. Salimbene conoció todavía religiosos que servían a los enfermos en los hospitales. Y san Buenaventura, en uno de sus sermones sobre san Francisco, dice: «Él y sus hermanos socorrían y servían a los enfermos, mendigaban el alimento para ellos o lo procuraban trabajando con sus manos; moraban en los hospitales y en las leproserías, y compartían su suerte con los indigentes que no podían proporcionarse el sustento, sirviéndoles y ayudándoles».
Pero parece que no todos estaban para llevar con alegría semejante heroísmo. Por un recuerdo de fray Conrado de Offida sabemos de una «tentación» de fray Rufino -¡le proporcionaba tantas su timidez!-, quien no podía hacerse a la idea de que los hermanos anduvieran recorriendo de aquella manera las leproserías, sin sosiego para la oración; ¿no era más seguro el género de vida de san Antonio y demás anacoretas? Y le asaltaban dudas sobre la sensatez del fundador.
Por lo que hace a san Francisco, sabemos por Celano que, al final de su vida, gastado el cuerpo de fatigas, maceraciones y vivencias místicas, sentíase aún con arrestos de conversión y añoraba el primer sabor de su donación juvenil a los necesitados: «Pensaba siempre en nuevos arranques de mayor perfección..., en acometer nuevas empresas al servicio de Cristo... Anhelaba ardorosamente volver a la humildad de los comienzos... Quería volver otra vez al servicio de los leprosos y verse despreciado como en otro tiempo» (1 Cel 103).