SAN PACÍFICO DE SAN SEVERINO. Nació en San Severino Marche, provincia de Macerata y región de las Marcas (Italia), el año 1653. Sus padres pertenecían a la nobleza del lugar. Murieron pronto, y el niño quedó al cuidado de un tío materno, austero y rígido, arcediano de la catedral. A los 17 años ingresó en la Orden franciscana y, ordenado de sacerdote en 1678, enseñó primero filosofía a los jóvenes religiosos y luego se dedicó de lleno al apostolado de la predicación, tarea que armonizó con una intensa vida de oración. Destacó por sus penitencias, su amor a la soledad y la oración ante el Santísimo Sacramento. Los últimos años de su vida se vio dominado por las enfermedades. Primero fue una llaga en la pierna derecha que lo fue inmovilizando, luego la sordera y más tarde la ceguera que lo fueron aislando, hasta no poder predicar, ni celebrar misa ni compartir con sus hermanos la vida de fraternidad. Todo lo sobrellevó con admirable paciencia y Dios lo favoreció con carismas extraordinarios como éxtasis y milagros. Murió en San Severino el 24 septiembre de 1721.
BEATOS LUIS DE SAN MIGUEL DE LOS SANTOS y COMPAÑEROS MÁRTIRES. Son cuatro religiosos Trinitarios del convento de Belmonte (Cuenca, España) que, en la persecución religiosa desatada en España en 1936, fueron fusilados por los milicianos a las puertas del cementerio de Cuenca, el 24 de septiembre de 1936, y beatificados el año 2007. Estos son sus nombres: Luis de San Miguel de los Santos Erdoiza y Zamalloa, Melchor del Espíritu Santo Rodríguez Villastrigo, Santiago de Jesús Arriaga y Arrien, Juan de la Virgen del Castellar Joya y Corralero.Luis nació en Amorebieta (Vizcaya) en 1891, hizo la profesión en 1907, estudió en Roma y se ordenó de sacerdote en 1916. Estuvo unos años en Viena (Austria) dedicado al ministerio parroquial. En España se ocupó de la formación de sus religiosos jóvenes y ocupó cargos de gobierno. Melchornació en Laguna de Negrillos (León) en 1899. Tomó el hábito trinitario en 1917 y se ordenó de sacerdote en 1924. Trabajó en la enseñanza y fue superior de los conventos de Alcázar de San Juan y de Belmonte. Santiagonació en Líbano de Arrieta (Vizcaya) el año 1903. De joven ingresó en los Trinitarios, estudió en Roma y se ordenó de sacerdote en 1927. Estuvo destinado en Algorta y en Belmonte, donde fue profesor y maestro de estudiantes. Juan nació en Villarrubia de Santiago (Toledo) en 1898. Vistió el hábito trinitario como hermano cooperador en 1918. Trabajó en Santiago de Chile y en Buenos Aires. En 1932 lo destinaron al convento de Belmonte. Era un buen sacristán, sastre y florista, y trabajó con éxito en la catequesis de niños.
Beatos Manuel Gómez Contioso, Antonio Pancorbo López, Esteban García García y Rafael Rodríguez Mesa. Son cuatro religiosos salesianos que formaban parte de su casa de Málaga. El 21 de julio de 1936, al principio de la guerra civil española, fue encarcelada toda la comunidad. Durante los dos meses de cárcel, sufrieron muchos suplicios y vieron cómo sacaron a cinco de sus hermanos religiosos para matarlos. El 24 de septiembre de 1936 los martirizaron a ellos en Málaga. Beatificados el año 2007. Manuel nació en Moguer (Huelva) el año 1977. Hizo la profesión religiosa en 1897 y recibió la ordenación sacerdotal en 1903. Fue Director en Écija y Málaga. Se distinguió por su bondad, llaneza y unción sacerdotal. Antonio nació en Málaga en 1896. De joven ingresó en los Salesianos y en 1925 se ordenó de sacerdote. Era laborioso, humilde, piadoso y de buen carácter. Esteban nació en El Manzano (Salamanca) en 1901. Emitió la profesión religiosa como hermano coadjutor en 1926 y casi siempre estuvo en Málaga como jefe de la sastrería. Era humilde, afable y celoso del bien de sus alumnos. Rafael nació en Ronda (Málaga) el año 1913. Emitió sus votos como hermano coadjutor en 1933, y se dedicó a promover el bien de la juventud obrera como carpintero-ebanista en las Escuelas Profesionales salesianas de Málaga.
BEATO NORBERTO CEMBRANOS DE VILLALQUITE. Nació en Villalquite (León) en 1891. De niño ingresó en el seminario de León, estudió hasta la teología inclusive y recibió las órdenes menores, pero se negó a ser ordenado sacerdote por escrúpulos de conciencia. Dejó el seminario y estuvo trabajando en unas minas de carbón. Acudió a los superiores de los Capuchinos, a los que manifestó que no quería ordenarse ni obligarse bajo voto a la Regla, por lo que lo recibieron como donado o terciario perpetuo. En 1930 lo destinaron al convento-colegio de El Pardo, donde encajó muy bien. Al estallar la guerra civil, lo detuvieron y lo liberaron con los demás religiosos. Estuvo hospedado en una pensión de Madrid hasta que, el 21-IX-1936, los milicianos lo detuvieron! junto con otro capuchino al que dejaron en libertad dos días después. Norberto, en los interrogatorios, negó que era religioso, porque en verdad no lo era, y nada más se sabe de él. Se supone que fue fusilado el 24 de septiembre de 1936. Beatificado el 13-X-2013. [Más información]
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San Anatolio. Se le considera como el primer obispo de Milán, y su vida se sitúa en el siglo II.
Santos Andoquio, Tirso y Félix. Fueron martirizados en Seaulieu, región de Autún (Francia). Se dice que Andoquio era sacerdote y Tirso diácono de Esmirna, y que los envió san Policarpo a las Galias, donde los hospedó Félix. Su martirio se sitúa a principios del siglo II.
San Antonio González. Nació en León (España) en 1593. De joven ingresó en los Dominicos y, ordenado de sacerdote, ejerció la docencia y la predicación. En 1631 se ofreció para las misiones del Extremo Oriente. Fue profesor en la Universidad de Santo Tomás de Manila y en 1636 marchó a Japón. Apenas llegado cayó en manos de los perseguidores de los cristianos y estuvo casi un año en la cárcel de Okinawa, donde se convirtió en maestro y servidor de sus hermanos. Después, en Nagasaki, lo sometieron al tormento del agua ingurgitada para conseguir que apostatara. Le dijeron que pisara una pintura de la Virgen, pero él la reverenció y cubrió de besos. Lo sometieron a tales torturas que murió en la cárcel el 24 de septiembre de 1637.
San Gerardo Sagredo. Nació en Venecia (Italia) el año 980. De niño sufrió una grave enfermedad y sus padres lo ofrecieron al Señor. De joven ingresó en el monasterio benedictino de San Giorgio Maggiore, del que luego fue abad. Los avatares de un viaje a Tierra Santa lo llevaron a Hungría, donde lo nombraron preceptor del príncipe san Emerico, hijo y heredero del rey san Esteban. Más tarde fue elegido obispo de la nueva diócesis de Morisena (hoy Csanad), de mayoría pagana, y se dedicó de lleno a la obra de la evangelización de Hungría. El año 1046 murió apedreado por los paganos de Panonia (en la actual Hungría), a orillas del Danubio, cerca de Pest.
San Isarno. Abad del monasterio de San Víctor de Marsella (Francia), en el que renovó la vida regular, siendo austero consigo mismo y comprensivo y bondadoso con los demás. Murió el año 1043.
San Lupo. Vivió primero como anacoreta y después fue elegido obispo de Lyon (Francia). Murió poco después del año 528.
San Rústico. Obispo de Clermont-Ferrand (Francia) en el siglo V.
Beato Alfonso del Santísimo Corazón de María Arimany Ferrer. Nació en Balaguer (Lérida, España) en 1905. Profesó en los Carmelitas Descalzos en 1921, en 1926 viajó al Monte Carmelo (Tierra Santa) para participar en las misiones extranjeras y en 1928 recibió la ordenación sacerdotal en Jerusalén. Al año siguiente volvió a España y se dedicó a la formación de sus jóvenes. Estaba de superior en el convento de Badalona (Barcelona) cuando estalló la persecución religiosa. Buscó refugio en Barcelona, pero lo detuvieron. Reconoció su condición de religioso y el día siguiente, 24 de septiembre de 1936, se lo llevaron junto con otros presos y lo martirizaron en lugar desconocido. Beatificado el año 2007.
Beato Antonio Martín Slomsek. Nació en Slom (Eslovenia) el año 1800, en el seno de una familia campesina. Estudió teología en Alemania y se ordenó de sacerdote en 1824. Trabajó en la pastoral parroquial y diocesana. Elegido obispo de Sankt Andra, trasladó la capital de la diócesis a Maribor (Eslovenia). Conocía bien la Biblia y los Santos Padres, era un eficaz predicador, buen catequista, en particular con la juventud y las familias. Por encargo de Pío IX visitó muchos monasterios benedictinos del centro de Europa. Defendió la unidad de la Iglesia en un territorio en el que se hacía sentir la influencia del mundo ortodoxo. Murió en Maribor el 24 de septiembre de 1862.
Beata Columba (Juana) Gabriel. Nació en Stanislawow (entonces Polonia, hoy Ucrania) el año 1858 de familia noble. Recibió una buena formación, estudió magisterio y ejerció la docencia. En 1874 ingresó en las Benedictinas del monasterio de Lvov, del que fue abadesa. Ya entonces mostró una especial caridad con los pobres que acudían al monasterio. Injustamente calumniada, se trasladó a Italia, estuvo algún tiempo en el monasterio de Subiaco y después marchó Roma, donde vivió pobre y alegre, fundó la Congregación de Hermanas Benedictinas de la Caridad y la obra social llamada «Casa de la Familia», para jóvenes operarias pobres o alejadas de su familia. Murió en Roma el 24 de septiembre de 1926.
Beato Dalmacio Moner. Nació en Santa Coloma de Farnés, provincia de Gerona en España, en 1291. De joven entró en los Dominicos y, terminados los estudios y ordenado de sacerdote, se acreditó como gran predicador; gentes de toda Cataluña y Aragón acudían a escucharlo y muchos se convertían al Señor. Quiso profundizar en su espiritualidad y decidió vivir aislado y solitario. En su convento de Gerona se preparó una cueva en el huerto en la que vivía retirado y consagrado a la oración, y de la que sólo salía para decir misa y participar en los actos de comunidad. El Señor le concedió éxtasis y otras gracias extraordinarias. Murió en Gerona el 24 de septiembre de 1341.
Beata Encarnación Gil Valls. Nació en Onteniente (Valencia, España) en 1888. Pronto quedó huérfana y quiso entrar en Religión, pero optó por quedarse en el siglo ayudando a su hermano Gaspar, sacerdote, al que atendió, con el que colaboró en el apostolado y a quien acompañó en el martirio. Estudió y ejerció la carrera de magisterio. Perteneció a varias asociaciones de la Iglesia, entre ellas la Tercera Orden de San Francisco. Dedicó su tiempo libre y su dinero al Patronato de la Niñez. No abandonó a su hermano cuando empezó la persecución religiosa, y el 24 de septiembre de 1936 fue asesinada, junto a su hermano, en La Ollería (Valencia).
Beatos Guillermo Spenser y Roberto Hardesty. Estos dos católicos ingleses fueron ahorcados, destripados y descuartizados en York (Inglaterra) el 24 de septiembre de 1589, bajo el reinado de Isabel I. Guillermo nació en Gisburn, en el seno de una familia acomodada. Estudió en el Trinity College de Oxford y llegó a maestro en artes. En 1582 marchó a Reims (Francia), ingresó formalmente en la Iglesia Católica, estudió en el seminario y fue ordenado de sacerdote. Volvió a Inglaterra en 1584, consiguió la conversión de sus padres y de otros al catolicismo, trabajó con los presos del castillo de York, hasta que lo detuvieron por ser sacerdote. Roberto era una seglar al que encarcelaron por haber hospedado al P. Spenser y haber ayudado a los católicos presos.
Beatos Guzmán Becerril y Fernando María Martínez, Maristas. Al estallar la persecución religiosa de 1936, la comunidad del colegio de Málaga se dispersó y los religiosos buscaron refugio, con diverso resultado. Los Hnos. Guzmán y Fernando María fueron detenidos y encarcelados en agosto de 1936, y el 24 de septiembre siguiente, en Málaga, sufrieron el martirio en distintos momentos. Guzmán nació en Grijalba (Burgos) en 1885. Hizo los primeros votos en 1901. Ejerció la docencia en varios colegios y en 1924 lo destinaron a Málaga, donde fue, a partir de 1933, director del colegio y superior de la comunidad. Estaba dotado de grandes cualidades: prudencia, comprensión, rectitud, diplomacia, amor a los pobres y a los obreros.Fernando María nació en Acedillo (Burgos) en 1895. Profesó los votos temporales en 1912. Estuvo destinado en sucesivos colegios y en 1935 lo trasladaron al de Málaga. Era considerado! un gran profesor, apreciado por todos, y un santo religioso.- Beatificados el 13-X-2013.
Beato José María Ferrandiz Hernández. Nació en Campo de Mirra (Alicante, España) en 1879. De niño ingresó en el seminario de Valencia, y se ordenó de sacerdote en 1904. Tuvo varios destinos parroquiales y desde 1931 regentó la Arciprestal de Santa María de Alcoy (Alicante). Fue un sacerdote consagrado a ministerio, a la catequesis de los niños, a la Acción Católica, y destacó por su caridad hacia los pobres, su sencillez y austeridad, su devoción a la Eucaristía y a la Virgen. Cuando estalló la persecución religiosa, lo pasó muy mal, y el 24 de septiembre de 1936 lo detuvieron unos milicianos que lo asesinaron aquel mismo día en Rotglá-Corberá (Valencia). Antes, él abrazó y perdonó al que iba a ser su verdugo.
Beato José Ramón Ferragud Girbés. Nació en Algemesí (Valencia, España) el año 1887 en el seno de una familia modesta. Contrajo matrimonio y tuvo seis hijos, a los que educó cristianamente. Perteneció a varias asociaciones religiosas, frecuentó los sacramentos y las prácticas piadosas como el Rosario, colaboró en la parroquia. Trabajó incansable y eficazmente en el Sindicato de Obreros Católicos, tanto en su ámbito social como en el del apostolado. Cuando se desató la persecución religiosa, estuvo varias veces detenido y encarcelado, y el 24 de septiembre de 1936 fue asesinado en el término de Alcira (Valencia), por su profesión pública, incesante y decidida de su fe católica, y por su vida ejemplar de cristiano.
Beato José Ramón Pascual Ferrer Botella. Nació en Algemesí (Valencia, España) en 1894. De niño ingresó en el Colegio de las Escuelas Pías y después en el seminario de Valencia. Se ordenó de sacerdote en 1913. Ejerció su ministerio sobre todo en Algemesí. Restauró la iglesia de San Vicente, fundó asociaciones, trabajó incansablemente con la juventud, para la que tenía una escuela nocturna y para la que habilitó campos de deporte, visitaba a todos y daba cuanto tenía a los pobres. Desde julio de 1936 lo estuvieron molestando y persiguiendo los milicianos. En la cárcel confortó a los demás y ejerció su ministerio sacerdotal. El 24 de septiembre de 1936 lo fusilaron junto a otros presos en Albalat de la Ribera (Valencia).
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
En la última Cena, después que Jesús lavó los pies a los apóstoles, les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13,12-15).
Pensamiento franciscano:
De las Admoniciones de san Francisco: «No he venido a ser servido, sino a servir, dice el Señor. Aquellos que han sido constituidos sobre los otros, gloríense de esa prelacía tanto, cuanto si hubiesen sido destinados al oficio de lavar los pies a los hermanos. Y cuanto más se turban por la pérdida de la prelacía que por la pérdida del oficio de lavar los pies, tanto más acumulan en la bolsa para peligro de su alma (cf. Jn 12,6)» (Adm 4).
Orar con la Iglesia:
Presentemos nuestras súplicas al Padre, recordando el momento en que el Verbo de Dios se abajó, se hizo carne y habitó entre nosotros.
-Por la Iglesia santa de Dios: para que reciba en su corazón y en su mente al Verbo divino a ejemplo de María, la Virgen creyente.
-Por todos aquellos a los que todavía no ha sido anunciado el Evangelio: para que Dios les envíe mensajeros de su palabra.
-Por los enfermos y los que sufren por cualquier causa: para que reciban con esperanza el anuncio de la encarnación y cercanía del Hijo de Dios.
-Por todos los creyentes: para que, atentos a la palabra de Dios, estemos siempre decididos a hacer su voluntad.
Oración: Dios Padre nuestro, acuérdate con bondad de tu Iglesia y de cuantos confiamos en la intercesión de aquella que fue anunciada como Madre virginal de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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LA EUCARISTÍA Y LA CARIDAD
Benedicto XVI, Ángelus del día 25 de septiembre de 2005
Benedicto XVI, Ángelus del día 25 de septiembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
Prosiguiendo la reflexión sobre el misterio eucarístico, corazón de la vida cristiana, hoy quisiera ilustrar el vínculo entre la Eucaristía y la caridad. «Caridad» -en griego ágape, en latín cáritas- no significa en primer lugar el acto o el sentimiento benéfico, sino el don espiritual, el amor de Dios que el Espíritu Santo infunde en el corazón humano y que lo impulsa a entregarse a su vez a Dios mismo y al prójimo (cf. Rom 5,5).
Toda la existencia terrena de Jesús, desde su concepción hasta su muerte en la cruz, fue un único acto de amor, hasta tal punto que podemos resumir nuestra fe con estas palabras: Iesus Cáritas, Jesús Amor. En la última Cena, sabiendo que «había llegado su hora» (Jn 13,1), el divino Maestro dio a sus discípulos el ejemplo supremo de amor, lavándoles los pies, y les confió su más preciosa herencia, la Eucaristía, en la que se concentra todo el misterio pascual, como escribió el venerado Papa Juan Pablo II en la encíclicaEcclesia de Eucharistía (cf. n. 5).
«Tomad, comed: esto es mi cuerpo... Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre» (Mt 26,26-28). Las palabras de Jesús en el Cenáculo anticipan su muerte y manifiestan la conciencia con que la afrontó, transformándola en el don de sí, en el acto de amor que se entrega totalmente. En la Eucaristía, el Señor se entrega a nosotros con su cuerpo, su alma y su divinidad, y nosotros llegamos a ser una sola cosa con él y entre nosotros. Por eso, nuestra respuesta a su amor debe ser concreta, debe expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la acogida recíproca y en la atención a las necesidades de todos. Numerosas y múltiples son las formas del servicio que podemos prestar al prójimo en la vida diaria, con un poco de atención. Así, la Eucaristía se transforma en el manantial de la energía espiritual que renueva nuestra vida de cada día y renueva así también el mundo en el amor de Cristo.
Ejemplares testigos de este amor son los santos, que han sacado de la Eucaristía la fuerza de una caridad activa y, a menudo, heroica. Pienso ahora sobre todo en san Vicente de Paúl, cuya memoria litúrgica celebraremos pasado mañana [27 de septiembre]. San Vicente de Paúl dijo: «¡Qué alegría servir a la persona de Jesucristo en sus miembros pobres!». Y lo hizo con toda su vida. Pienso también en la beata madre Teresa [de Calcuta], fundadora de las Misioneras de la Caridad, que en los más pobres de entre los pobres amaba a Jesús, recibido y contemplado cada día en la Hostia consagrada.
Antes y más que todos los santos, la caridad divina colmó el corazón de la Virgen María. Después de la Anunciación, impulsada por Aquel que llevaba en su seno, la Madre del Verbo encarnado fue deprisa a visitar y ayudar a su prima Isabel. Oremos para que todo cristiano, alimentándose del Cuerpo y de la Sangre del Señor, crezca cada vez más en el amor a Dios y en el servicio generoso a los hermanos.
[Después del Ángelus] Saludo a los peregrinos de lengua española... Ante las catástrofes que afligen a tantos seres humanos, tened sentimientos de solidaridad y fraternidad, colaborando eficazmente, con espíritu generoso y caridad cristiana, a mitigar el dolor y superar las adversidades.
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PIEDRAS DEL EDIFICIO ETERNO
De los escritos de san Pío de Pietrelcina
De los escritos de san Pío de Pietrelcina
Mediante asiduos golpes de cincel salutífero y cuidadoso despojo, el divino Artífice busca preparar piedras para construir un edificio eterno, como nuestra madre la santa Iglesia Católica, llena de ternura, canta en el himno del oficio de la dedicación de una iglesia [«¡Oh hermosas piedras bien labradas, / prueba tras prueba, golpe a golpe! / Cómo se ajustan en sus puestos / bajo la mano del artífice, / y permanecen duraderas / en los sagrados edificios»]. Y así es en verdad.
Toda alma destinada a la gloria eterna puede ser considerada una piedra constituida para levantar un edificio eterno. Al constructor que busca erigir una edificación le conviene ante todo pulir lo mejor posible las piedras que va a utilizar en la construcción. Lo consigue con el martillo y el cincel. Del mismo modo el Padre celeste actúa con las almas elegidas que, desde toda la eternidad, con suma sabiduría y providencia, han sido destinadas para la erección de un edificio eterno.
El alma, si quiere reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo y cincel, que el Artífice divino usa para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las oscuridades, los miedos, las tentaciones, las tristezas del espíritu y los miedos espirituales, que tienen un cierto olor a enfermedad, y las molestias del cuerpo.
Dad gracias a la infinita piedad del Padre eterno que, de esta manera, conduce vuestra alma a la salvación. ¿Por qué no gloriarse de estas circunstancias benévolas del mejor de todos los padres? Abrid el corazón al médico celeste de las almas y, llenos de confianza, entregaos a sus santísimos brazos: como a los elegidos, os conduce a seguir de cerca a Jesús en el monte Calvario. Con alegría y emoción observo cómo actúa la gracia en vosotros.
No olvidéis que el Señor ha dispuesto todas las cosas que arrastran vuestras almas. No tengáis miedo a precipitaros en el mal o en la afrenta de Dios. Que os baste saber que en toda vuestra vida nunca habéis ofendido al Señor que, por el contrario, ha sido honrado más y más.
Si este benevolentísimo Esposo de vuestra alma se oculta, lo hace no porque quiera vengarse de vuestra maldad, tal como pensáis, sino porque pone a prueba todavía más vuestra fidelidad y constancia y, además, os cura de algunas enfermedades que no son consideradas tales por los ojos carnales, es decir, aquellas enfermedades y culpas de las que ni siquiera el justo está inmune. En efecto, dice la Escritura: «Siete veces cae el justo» (Prov 24,16).
Creedme que, si no os viera tan afligidos, me alegraría menos, porque entendería que el Señor os quiere dar menos piedras preciosas... Expulsad, como tentaciones, las dudas que os asaltan... Expulsad también las dudas que afectan a vuestra forma de vida, es decir, que no escucháis los llamamientos divinos y que os resistís a las dulces invitaciones del Esposo. Todas esas cosas no proceden del buen espíritu sino del malo. Se trata de diabólicas artes que intentan apartaros de la perfección o, al menos, entorpecer el camino hacia ella. ¡No abatáis el ánimo!
Cuando Jesús se manifieste, dadle gracias; si se oculta, dadle gracias: todas las cosas son delicadezas de su amor. Os deseo que entreguéis el espíritu con Jesús en la cruz: «Todo está cumplido» (Jn 19,30).
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LA VÍA DE LA CONVERSIÓN
EN SAN FRANCISCO DE ASÍS
«El Señor me llevó entre los leprosos»
por Lázaro Iriarte, OFMCap
EN SAN FRANCISCO DE ASÍS
«El Señor me llevó entre los leprosos»
por Lázaro Iriarte, OFMCap
LA EXPERIENCIA SUPREMA (I)
La Leyenda de los Tres Compañeros se introduce con el siguiente relato en esta nueva etapa de la conversión: «Hallándose cierto día en ferviente oración ante el Señor, percibió estas palabras: Francisco, todo lo que amaste carnalmente y todo lo que ambicionaste es preciso que lo desprecies y aborrezcas, si deseas conocer mi voluntad; y una vez que hayas comenzado a realizarlo, lo que antes te parecía suave y dulce se te hará insoportable y amargo, y en lo que hasta ahora hallabas repugnancia encontrarás gran dulcedumbre y suavidad inmensa» (TC 11). Lo que importa hacer notar aquí es que el vencimiento máximo de llegarse a los leprosos fue la experiencia decisiva en el triunfo de la gracia, la que le hizo dar la vuelta, valga la expresión.
He dicho vencimiento máximo. Toda la naturaleza de Francisco, delicada, hecha al refinamiento, se revolvía al espectáculo de las carnes putrefactas de un leproso. Celano, en la Vida I, recogiendo una confesión personal del santo, observa que «era tal entonces su repugnancia a la vista de los leprosos, que, al divisar desde dos millas de distancia una leprosería, se tapaba con las manos las narices para no sentir el hedor» (1 Cel 17). «Y aunque su compasión por ellos le llevaba a socorrerlos con limosnas, lo hacía por intermediario, volviendo el rostro a otra parte y tapándose las narices» (TC 11).
Cabalgaba un día por la llanura de Asís cuando le salió al camino un leproso. Era el momento de dar a Cristo la prueba decisiva de su disponibilidad para «conocer su voluntad». Haciéndose enorme violencia, se apeó del caballo, puso la limosna en la mano del leproso y se la besó; el leproso, a su vez, apretó contra sus labios la mano del bienhechor. Montando otra vez, Francisco prosiguió su camino con el alma llena de un sabor desconocido, llena de gozosa expansión.
Pocos días después busca él mismo la experiencia dirigiéndose al lazareto, probablemente el de San Lázaro de Arce, situado a tres kilómetros de Asís. Va bien provisto de dinero. Reuniendo a todos los leprosos, da a cada uno su limosna besándoles la mano.
Cristo se le ha revelado por fin en el pobre más pobre de la Edad Media. Desde ahora irá a encontrarse gustosamente con Él en los hermanos cristianos, los leprosos. Y ¡cómo le agradaba a Francisco designar con esta denominación popular a aquellas configuraciones vivas del Cristo paciente! Lo que a sus ojos los hacía más dignos de lástima no era, sin embargo, su pobreza ni sus dolencias, sino aquel alejamiento del consorcio humano a que se veían condenados como seres vitandos.
Comprendemos ahora mejor, en su contexto histórico, la afirmación inicial del Testamento: la transformación operada en el alma de Francisco fue fruto de su donación a los leprosos; y fue el Señor quien «le llevó entre ellos» para convertirle. Así es cómo «lo que antes le parecía amargo le fue convertido en dulcedumbre de alma y cuerpo». Descubierto el Cristo en el pobre, ya se halla preparado para descubrirlo como «Hermano», y «tal Hermano, que entregó su vida por sus ovejas» (2CtaF 56), en la imagen del Crucifijo de San Damián, cuya visión se refiere seguidamente en todas las fuentes biográficas. Celano le supone ya antes «enteramente transformado en su corazón», mientras san Buenaventura atribuye al episodio la «perfecta conversión a Dios».
Los Tres Compañeros refieren acto seguido, y como una resolución tomada como efecto de la visión, el viaje a Foligno con el caballo cargado de buena mercancía de paños; vende allí paños y caballo, y vuelto a la capilla de San Damián, entrega el importe al sacerdote pobrecito que cuida de ella; éste rehúsa quedarse con el dinero, y Francisco arroja las monedas, con un gesto de desprecio total, en el hueco de una ventana. Siguen luego los trágicos días de la furia de Pedro Bernardone, en que Francisco toma la decisión pública de entregarse a Dios, decisión que tiene su desenlace solemne ante el obispo, cuando el convertido, desnudo, entrega vestidos y dinero al padre, aquel dinero que aún creyó, por última vez, podía servir para remediar necesidades ajenas: «Hubiera querido el varón de Dios emplearlo en procurar alimento a los pobres y en reconstruir la capilla» (cf. 1 Cel 8-15).
[Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/ selfran11/iriarte.html]