SAN COSME Y SAN DAMIÁN. Son dos de los mártires más famosos y venerados de la antigüedad cristiana, lo que hizo que, a falta de datos históricos, fueran objeto de muchas leyendas. Eran médicos anargiri, o sea, que ejercían su profesión gratuitamente, y fueron martirizados a finales del siglo III en la ciudad de Cirro, junto a Alepo, en la Siria septentrional. En Cirro se levantó la primera basílica en su honor, y su culto se extendió por Oriente, pasando luego a Roma y a toda la Iglesia; fueron numerosos los templos y monasterios que se les dedicaron. Son célebres los mosaicos de Ravena que los celebran. Los médicos, los farmacéuticos y muchas organizaciones de profesionales de la sanidad los tienen por patronos, y su patrocinio es invocado contra las enfermedades.- Oración: Proclamamos, Señor, tu grandeza al celebrar la memoria de tus mártires Cosme y Damián, porque a ellos les diste el premio de la gloria y a nosotros nos proteges con tu maravillosa providencia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATA LUCÍA DE CALTAGIRONE. Nació hacia el año 1360 en Caltagirone, provincia de Catania en Sicilia, en el seno de una familia acomodada que le dio una buena educación cristiana. En su casa aprendió la intensa piedad para con Dios y la misericordia generosa para con los pobres. Muy jovencita se puso bajo la dirección espiritual de una piadosa terciaria franciscana, con la que marchó a Salerno. A la muerte de su guía, ingresó en el monasterio salernitano de Santa María Magdalena, de la Tercera Orden Regular de San Francisco. Como buena religiosa vivió con radicalidad la consagración religiosa y se distinguió por la fidelidad a sus deberes, por su vida de oración y penitencia y por su devoción a las Cinco Llagas de Cristo. Fue maestra de novicias y su fama de santidad se difundió por toda la ciudad, por lo que muchas personas acudían a ella para encomendarse a sus oraciones y pedirle consejo. En sus últimos años sufrió una enfermedad que la hizo sufrir mucho, mientras ella se entregaba con admirable paciencia a la voluntad de Dios. Murió en Salerno el 26 de septiembre de 1400.


BEATO BUENAVENTURA DE PUZOL ESTEVE FLORS. Nació en Puzol, provincia de Valencia en España, el año 1897. Profesó en la Orden Capuchina en 1914 y recibió la ordenación sacerdotal el año 1921 en Roma, donde hizo la carrera de Derecho canónico en la Gregoriana. De vuelta en España, se dedicó a la enseñanza, la predicación y el ministerio de la reconciliación. Fue profesor de los jóvenes capuchinos en centros de su Orden; además, se distinguió como conferenciante y predicador. Cuando arreció la persecución religiosa, se refugió en su casa paterna de Puzol. El 25 de septiembre de 1936 fue arrestado junto con su padre y su hermano. A medianoche del día 26, los tres, junto con otros detenidos, fueron llevados en camión al cementerio de Gilet (Valencia). Con la serenidad de siempre, dio la absolución sacramental a sus compañeros, y a las dos de la madrugada fue asesinado de un tiro de pistola. Es uno de los mártires valencianosbeatificados por Juan Pablo II en 2001.
BEATO LEÓN MARÍA DE ALACUÁS LEGUA MARTÍ. Nació en Alacuás (Valencia) el año 1875. Hijo de un bienhechor de los Terciarios Capuchinos, vistió de joven su hábito y en 1892 profesó en manos del fundador, Mons. Luis Amigó. Recibida la ordenación sacerdotal en 1906, ejerció su ministerio sobre todo en escuelas de reforma. Fue superior de distintas casas y consejero general de su Congregación, cargos en los que dio ejemplo de fidelidad y entrega a las comunidades y a los educandos. En julio de 1936, estando en Madrid y desatada la persecución religiosa, tuvo que refugiarse en casa de un alumno, de la que los milicianos lo sacaron, juntamente con el padre de su bienhechor, para el martirio. Ambos fueron asesinados en Madrid, en la carretera de Francia, el 26 de septiembre de 1936. Fue un religioso sumamente espiritual, entregado por completo a la salvación de los menores extraviados. Pertenece a los mártires amigonianos beatificados por Juan Pablo II en 2001.
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San Esteban de Rossano. Nació en Rossano (Calabria, Italia) hacia el año 925 en el seno de una familia humilde. De joven trabajó para sostener a su madre y a su hermana. Deseoso de servir al Señor, se hizo compañero de su paisano san Nilo el Joven, a quien siguió en su estilo de vida eremítica y en su vida monástica. Murió en Serperi, junto a Gaeta (Lacio, Italia) el año 1001.
San Eusebio de Bolonia. Fue obispo de Bolonia (Italia) entre el año 370 y el año 390. Mantuvo una firme amistad con san Ambrosio de Milán y al igual que él combatió el arrianismo. El año 381 participó en el concilio de Aquileya, en el que condenó con toda energía a los herejes Paladio y Secundino. Fomentó la consagración de las vírgenes al Señor. Gobernó sabiamente su diócesis y murió a finales del siglo IV.
San Gedeón. La Iglesia conmemora hoy a san Gedeón, uno de los jueces de Israel en el Antiguo Testamento. Los capítulos 6, 7 y 8 del libro de los Jueces tratan de la vocación y campañas de Gedeón. Pertenecía a la tribu de Manasés, y Dios lo eligió para que fuese juez en Israel y lo librara de sus enemigos. Destruyó el altar de Baal, reunió un ejército y, fortalecido por el signo del rocío que descendía sobre un vellón de lana (Jc 6,36-40), derrotó a los madianitas y así liberó a Israel. Rehusó ser proclamado rey de Israel.
San Nilo el Joven. Nació el año 910 en Rossano (Calabria, Italia), en el seno de una familia griega. Vivió diversas peripecias en un tiempo revuelto. Llevó vida monástica y también eremítica, consagrado por completo a la oración y el estudio. Leyó las obras de los Santos Padres, compuso himnos y trascribió textos. Fue maestro de monjes y peregrinó mucho. Finalmente, ya nonagenario, fundó el monasterio de Grottaferrata, cerca de Roma, siguiendo las enseñanzas de los Padres orientales. Murió el año 1004.
Santos Sebastián Nam I-gwan y compañeros, mártires de Corea. En esta fecha la Iglesia conmemora a dos grupos de mártires coreanos, todos ellos seglares, que prefirieron ser torturados y degollados, antes que renegar de su fe cristiana. El primer grupo abarca a nueve mártires que fueron inmolados en Seúl el 26 de septiembre de 1836. Estos son sus nombres: Sebastián Nam, catequista; Ignacio Kim, padre de san Andrés Kim, catequista; Carlos Cho, catequista; Columba Kim, virgen, hermana de santa Inés Kim; Magdalena Pak, viuda; Perpetua Hong, viuda; Julita Kim, Águeda Chon y Magdalena Ho. La Iglesia conmemora en esta misma fecha a otras tres santas coreanas, las cuales fueron ciertamente martirizadas en el mes de septiembre de 1839, pero se ignora el día exacto. Son éstas: Lucía Kim, Catalina Yi, viuda, y su hija Magdalena Cho, virgen.
San Senador. Sufrió el martirio en Albano (Lacio, Italia), a finales del siglo III o principios del siglo IV.
Santa Teresa (María Victoria) Couderc. Nació en Mas de Sablières (Francia) en 1805 de padres campesinos. Ingresó en la Congregación de las Hermanas de San Francisco Régis y la enviaron a La Louvesc, donde promovió un hospicio para acoger a los peregrinos que iban a visitar la tumba de san Francisco Régis. Allí fundo, pasando por grandes tribulaciones, la Sociedad de Nuestra Señora del Retiro del Cenáculo. Pasó por varias fundaciones y tuvo como último destino el de Fourvières en Lyon, donde murió el 26 de septiembre de 1885.
Beata Amalia Abad Casasempere. Nació en Alcoy (Alicante, España) en 1897. Contrajo matrimonio en 1921, tuvo dos hijas y quedó viuda en 1924. Su marido, que era militar, murió durante la guerra de África y a ella le quedó una pensión. Perteneció a las Mujeres de Acción Católica y a varias asociaciones religiosas. Vivió entregada a sus deberes familiares y al bien del prójimo, destacándose en la obra moral de legalizar matrimonios. Durante la persecución religiosa la detuvieron en su casa y la encerraron en una checa. El 26 de septiembre de 1936 la mataron de un tiro en la cabeza en el término de Benillup (Alicante).
Beato Antonio Cid Rodríguez. Nació en Calsadoira de San Juan, cerca de Allariz (Orense, España), en 1890. De joven ingresó en los Salesianos, hizo el noviciado en Sevilla y profesó como coadjutor en 1909. Era humilde y piadoso, y trabajó en la enseñanza en diversos colegios. La persecución religiosa lo encontró en Santander. Se refugió en Bilbao, en casa de unos familiares, pero su condición religiosa resultó pronto manifiesta. A media noche del 25 de septiembre de 1936 irrumpieron en su domicilio cuatro milicianos que encontraron un crucifijo y otros objetos religiosos, y lo martirizaron en la madrugada del día 26. Fue beatificado el año 2007.
Beata Crescencia Valls Espí. Nació en Onteniente (Ontinyent), provincia de Valencia en España, en 1863. Fue una seglar de gran vida interior, devota del Corazón de Jesús. Perteneció a la Acción Católica y a varias asociaciones religiosas. Destacó por su caridad hacia los pobres, para los que pedía ayuda a las familias pudientes. Trabajó activamente en la catequesis y en la escuela dominical. Fue detenida, a causa de su fe y vida cristiana, el 26 de septiembre de 1936 y asesinada de un tiro en la nuca en la madrugada del día siguiente, en el Puerto de Canals (Valencia), junto con sus tres hermanas Carmen, Concepción y Patrocinio.
Beato Gaspar Stanggassinger. Nació en Berchtesgaden (Baviera, Alemania) el año 1871. Superando la oposición de sus padres, en 1892 entró en el noviciado de la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas). Se ordenó de sacerdote en Ratisbona el año 1895. Su ilusión era marchar como misionero a Brasil, pero los superiores lo destinaron a la formación de sus futuros religiosos en la escuela misionera de Dürnberg, trasladada en 1899 a Gars. Una peritonitis aguda lo llevó a la muerte en Gars, cerca de Munich, el 26 de septiembre de aquel mismo año.
Beato Luis Tezza. Nació en Conegliano (Véneto, Italia) el año 1841. Hizo su profesión religiosa en los Camilos en 1588 y se ordenó de sacerdote en 1864. Estuvo un tiempo con san Daniel Comboni, el gran misionero. En 1871 lo nombraron maestro de novicios en Roma. Luego marchó a Francia para consolidar la provincia de su Orden, de la que fue provincial. En 1892 fundó en Roma, con la beata Josefina Vannini, la Congregación de las Hijas de San Camilo, para la atención de los enfermos. En 1900 lo enviaron a Lima (Perú) para resolver problemas internos de su Orden, pero ya se quedó allí hasta su muerte acaecida el 26 de septiembre de 1923. Desarrolló una ejemplar labor apostólica que le granjeó la estima del clero y del pueblo.
Beatas María Amparo (Teresa) Rosat Balasch y María del Calvario (Josefa) Romero Clariana. Estas dos religiosas de la Congregación de Hermanas de la Doctrina Cristiana eran miembros de su comunidad de Carlet (Valencia). En la persecución religiosa desatada en España las detuvieron y, después de días de cárcel en que las sometieron a vejaciones y torturas, el 26 de septiembre de 1936 por la noche las llevaron al Barranco de los Perros, en el término de Llosa de Ranes (Valencia), y las despeñaron. María Amparonació en Mislata (Valencia) en 1873, vistió el hábito religioso en 1896 y desempeñó el cargo de superiora en varias comunidades. Era piadosa y caritativa, sentía verdadero amor por los pobres. Tenía don de gentes, era exigente consigo misma y condescendiente con los demás. María del Calvario nació en Carlet el año 1871 en el seno de una familia humilde, que la necesitaba y se oponía a que se hiciera religiosa. Llegada a la mayoría de edad, ingresó en religión y profesó en 1892. Tuvo varios destinos y siempre ejerció el oficio de cocinera. Era de carácter dulce y bondadoso.
Beata María del Olvido Noguera Albelda. Nació en Carcagente (Carcaixent), provincia de Valencia en España, en 1903. Estudió en el Colegio de María Inmaculada de su pueblo. Desde muy joven se entregó a las tareas apostólicas parroquiales y perteneció a varias asociaciones religiosas. Era piadosa y caritativa con los pobres, alegre y simpática. Llegada la persecución religiosa en España, la detuvieron los milicianos y, después de ultrajar y violar salvajemente su cuerpo, la remataran con arma de fuego, si bien ella pudo gritar hasta el final: «¡Viva Cristo Rey!?». Con ella asesinaron a su hermano Isidro. Esto ocurrió en el término de Benifairó de la Valldigna (Valencia) el 30 de noviembre de 1936.
Beata María del Pilar Jordá Botella. Nació en Alcoy, provincia de Alicante en España, en 1905. Desde muy joven llevó, como seglar cristiana, una intensa vida de piedad y de apostolado. Perteneció a la Acción Católica y a varias asociaciones religiosas. Trabajó en el Patronato de las Obreras en tiempos difíciles. Al estallar la revolución de 1936, marchó a Madrid para estar con un hermano suyo soltero. La detuvieron los milicianos y la trasladaron a Alcoy. La encarcelaron en una checa y días después la llevaron a Benifallim (Alicante), donde entregó su alma a Dios, después de un duro martirio. Era el 26 de septiembre de 1936.
Beatos Pablo Castellá y Andrés Feliu mártires, hermanos coadjutores claretianos, que formaban parte de la comunidad de La Selva del Camp (Tarragona) cuando estalló la persecución religiosa de 1936. Eran hijos de aquel pueblo y se refugiaron en casa de familiares o en el campo. Los descubrieron, los encarcelaron, y los asesinaron el 26 de septiembre de 1936 en el término municipal de Reus. Pablo Castellá nació en La Selva del Camp en 1861. Profesó en 1886 y estuvo en varias comunidades trabajando como zapatero hasta que lo enviaron a las misiones de Fernando Poo, donde permaneció de 1893 a 1908 y de donde regresó enfermo. Su nuevo destino fue Barbastro, allí era muy querido por los postulantes por su solicitud con los enfermos, su piedad y su bondad. Andrés Feliu nació en La Selva del Camp en 1870. Profesó en 1889, estuvo en varias comunidades y en 1903 le llegó el destino tan deseado por él de ir a tierra de misiones, a Fernando Poo. Desempeñó los muchos oficios que conocía y hasta dominaba, y en 1934 tuvo que regresar a la península enfermo de los ojos.- Beatificados el 13-X-2013.
Beato Rafael Pardo Molina. Nació en Valencia (España) en 1899 y desde su adolescencia se dedicó al trabajo del campo con su familia. Ya entonces destacó por su piedad y honestidad. Llegado a la mayoría de edad, ingresó en los Dominicos como hermano cooperador y emitió la profesión simple en 1926. En Valencia fue sacristán de la basílica de San Vicente Ferrer. Tuvo que dejar el convento en julio de 1936 y pasó por varios refugios hasta que lo apresaron el 26 de septiembre de 1936. Aquel mismo día lo martirizaron a la salida de la ciudad de Valencia. Junto con él, el Martirologio Romano conmemora este día al beato mártir José María Vidal Segú, dominico, martirizado en Barcelona (cf. 25 de septiembre).
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Del profeta Jeremías: «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto» (Jer 17,7-8).
Pensamiento franciscano:
Así meditaba san Francisco el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo» (ParPN 5).
Orar con la Iglesia:
Confiados en la intercesión de María, madre de Dios y madre nuestra, oremos al Padre por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero.
-Para que, bajo la guía del Espíritu, la humanidad entera contemple en Cristo la encarnación de la misericordia y de la fidelidad de Dios.
-Para que, por mediación de María, todos los hombres reconozcan en Cristo la imagen y modelo del hombre nuevo.
-Para que, por intercesión de María, digna morada del Dios-con-nosotros, los creyentes sepamos encontrarlo presente en nuestros prójimos y especialmente en los pobres.
-Para que, a imagen de María y por obra del Espíritu Santo, los cristianos recibamos gozosos al Verbo del Padre y vivamos como hijos de Dios.
Oración: Dios, Padre nuestro, ayúdanos a vivir según tu palabra y a serte fieles en el camino de nuestra conversión por el que avanzamos hacia la plena identificación con Cristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
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PARÁBOLA DE LOS OBREROS DE LA VIÑA
Benedicto XVI, Ángelus del día 21 de septiembre de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
Quizá recordéis que el día de mi elección, cuando me dirigí a la multitud en la plaza de San Pedro, se me ocurrió espontáneamente presentarme como un obrero de la viña del Señor. Pues bien, en el evangelio de hoy (cf. Mt 20,1-16) Jesús cuenta precisamente la parábola del propietario de la viña que, en diversas horas del día, llama a jornaleros a trabajar en su viña. Y al atardecer da a todos el mismo jornal, un denario, suscitando la protesta de los de la primera hora. Es evidente que este denario representa la vida eterna, don que Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los que se considera «últimos», si lo aceptan, se convierten en los «primeros», mientras que los «primeros» pueden correr el riesgo de acabar «últimos».
Un primer mensaje de esta parábola es que el propietario no tolera, por decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en realidad, ser llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro.
El que narra la parábola es san Mateo, apóstol y evangelista, cuya fiesta litúrgica, por lo demás, se celebra precisamente hoy [21 de septiembre]. Me complace subrayar que san Mateo vivió personalmente esta experiencia (cf. Mt 9,9). En efecto, antes de que Jesús lo llamara, ejercía el oficio de publicano y, por eso, era considerado pecador público, excluido de la «viña del Señor». Pero todo cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice: «Sígueme». Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. De «último» se convirtió en «primero», gracias a la lógica de Dios, que -¡por suerte para nosotros!- es diversa de la del mundo. «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos», dice el Señor por boca del profeta Isaías (Is 55,8).
También san Pablo experimentó la alegría de sentirse llamado por el Señor a trabajar en su viña. ¡Y qué gran trabajo realizó! Pero, como él mismo confiesa, fue la gracia de Dios la que actuó en él, la gracia que de perseguidor de la Iglesia lo transformó en Apóstol de los gentiles, hasta el punto de decir: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia». Pero añade inmediatamente: «Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger" (Flp 1,21-22). San Pablo comprendió bien que trabajar para el Señor ya es una recompensa en esta tierra.
La Virgen María es sarmiento perfecto de la viña del Señor. De ella brotó el fruto bendito del amor divino: Jesús, nuestro Salvador. Que ella nos ayude a responder siempre y con alegría a la llamada del Señor y a encontrar nuestra felicidad en poder trabajar por el reino de los cielos.
[Después del Ángelus] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que se han unido a esta plegaria mariana, e invito a todos a responder generosamente a la llamada que Jesús nos hace de ir a su viña, para trabajar sin buscar otra cosa que su gracia y su amor, como nos enseña el Evangelio de hoy.
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LA ORACIÓN ES LUZ DEL ALMA
San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración
El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.
Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.
La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.
Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.
Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.
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LA VÍA DE LA CONVERSIÓN
EN SAN FRANCISCO DE ASÍS
«El Señor me llevó entre los leprosos»

por Lázaro Iriarte, OFMCap
«LA POBREZA Y HUMILDAD
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO»
El ideal de pobreza evangélica no se le descubrió a Francisco en la fiesta de san Matías de 1209. Antes que en el Evangelio, había encontrado ya a Cristo en el hermano que sufre. En la película Francesco di Assisi, Liliana Cavani se ha servido de un recurso muy acertado para sensibilizar ese descubrimiento progresivo del rostro de Cristo en el pobre: cada vez que Francisco da un paso más en su afán de fraternizar con los necesitados, al volver a su crucifijo de San Damián tea en mano, se le muestran más claros los rasgos del rostro del Salvador. Y ese Cristo, pobre y paciente, no es una creación teológica ni un mero cauce del culto o de la piedad, sino una existencia real, como la de cualquier hombre que padece necesidad o humillación; pero es el Hijo del Dios Altísimo, «tan digno, tan santo y glorioso..., que tomó... la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad y que, siendo rico sobre todas las cosas, quiso no obstante escoger la pobreza» (cf. 2CtaF 4-5).
El mismo Evangelio no es primariamente para Francisco una doctrina; es una vida, la del Cristo pobre; es un mensaje, el que Él trae a los pobres. Y esta pobreza captada en el Evangelio no es un sistema de vida ascética, como el que ya estaba acuñado por el monaquismo tradicional, ni un programa de reforma de la Iglesia, ni siquiera un medio de testimonio. La pobreza de Francisco es fruto de un amor. Como para Jesús, la pobreza es esa vida pobre que yo tengo delante: el mendigo que tiende la mano, el trabajador mal retribuido, el enfermo, el incomprendido, el angustiado, el degenerado...
Francisco no dio nunca una definición teórica de su ideal de pobreza. Para cuantos le pedían una formulación de ese ideal tuvo siempre su respuesta precisa, suficientemente clara para él: «La pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo». La pobreza sola no daba el contenido completo; su expresión usual, intencionada, era: «pobreza y humildad».
La fe de Francisco siguió vivificada toda su vida por la primera experiencia del «sacramento» del Cristo presente en el necesitado: «Cuanto hallaba de deficiencia o de penuria en cualquiera que fuese, lo refería a Cristo con rapidez y espontaneidad. De este modo veía en todos los pobres al Hijo de la Señora pobre... Cuando ves un pobre -decía a sus hermanos-, tienes delante un espejo donde ver al Señor y a su Madre pobre. Y asimismo en los enfermos debes considerar las enfermedades que Él tomó por nosotros» (2 Cel 83 y 85).
No es san Francisco el único gran convertido que halló a Cristo a través del prójimo. De la hagiografía cristiana podría sacarse un largo catálogo de grandes seguidores de Cristo en quienes la gracia siguió la misma vía. Pensemos en santa Isabel de Hungría, mezclada con los pordioseros y acostando a los leprosos hasta en su propio lecho. En santa Margarita de Cortona, repartiendo limosnas a manos llenas y alternando con los pobres, cuando todavía estaba unida en concubinato con el Marqués de Montepulciano; no admite muestra alguna de agradecimiento, porque es ella la que se siente favorecida por los socorridos; y una vez convertida, tiene prisa por experimentar, junto con su hijito, el rigor de la miseria. En san Juan de Dios, dedicándose al servicio de los enfermos en el hospital de Ayamonte y después en Ceuta trabajando duramente para ayudar a una familia probada por la enfermedad y reducida a la indigencia; el primer efecto de su aparatosa conversión en Granada es fingirse loco hasta hacerse recluir en el manicomio, con el fin de sentir en sí la suerte de los infelices privados de razón. En san Camilo de Lellis, pasando de enfermo a enfermero en el hospital de Santiago de Roma. En san Vicente de Paúl, saliendo vencedor de su crisis de fe cuando decide consagrar su vida al servicio del prójimo. En san Ignacio de Loyola, ya en pleno proceso de transformación, cambiando sus vestidos con los de un pobre en Montserrat y alternando, en Manresa, sus jornadas de contemplación luminosa con el servicio en los hospitales.
Hay unos versos anónimos ingleses que lo dicen muy exactamente:
Busqué a mi alma, pero no la podía ver.
Busqué a mi Dios, pero mi Dios se me iba.
Busqué a mi hermano..., y encontré a los tres
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