Homilía Párroco Benjamín Oltra: Domingo 26 º T. O. 
Mt. 21, 28-32:
            Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis”.

La obediencia define a las personas.
Nuestra vida se aclara viendo a quien obedecemos.

Difícilmente podremos realizarnos si no sabemos bien quién somos.
La pregunta fundamental que uno se ha de hacer es: ¿quién soy yo?”


¿Quién soy? Quien los demás dicen que soy,
lo que puedo escribir en una tarjeta de presentación,
grabar en una placa de identidad o quien dice un pasaporte.

Para saber quién “yo soy”, para conocer mi realidad, o sea,
mi yo más auténtico, tendré que saber qué busco y a quién obedezco.

La obediencia a las personas y a las cosas nos identifican.
“Yo soy” lo que amo y obedezco. Y mira por donde
“Yo soy” es el nombre de Dios.
YHVH, Yahveh, “Yo Soy”

Soy cristiano si amo y obedezco lo mismo que Jesús, soy otro Cristo,
y Él, en repetidas ocasiones, se presenta diciendo: “Yo soy”.
A los apóstoles les dice: No temáis, “Yo soy”.
En Getsemaní, contesta a la turba “Yo soy”.
Y, recordad, “Yo soy” es el nombre de Dios.

Soy con Jesús “coheredero e hijo adoptivo de Dios”, (Rm 8,15),
si amo y obedezco lo mismo que amó y obedeció Él,
porque participo así de su misma vida divina.

Como nuestra identidad se fundamenta en nuestra obediencia,
para sincronizar nuestra vida con la de Cristo tendremos
que obedecer a Dios como Él le obedeció.

Entonces seremos partícipes de su naturaleza divina,
sin dejar de ser quien somos participaremos del ser de Dios.
Sin dejar de ser humano, sin dejar de ser quien “yo soy”,
participo de Dios, pues “en él soy, me muevo y existo”(Hch 17, 28)

Dios nos ama y nos crea continuamente,
nos conduce a ser en Él y como Él es.
Y, no lo olvidemos, Él es “Yo soy”.

Dios ha de poder decir de cualquier creyente lo mismo que dijo de Jesús:
“Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto, en ti me complazco” (Lc 3,22)
Esto tiene un precio, se consigue obedeciendo a Dios con perseverancia.
Nunca nos cansaremos de buscar y de obedecer a la voluntad de Dios.

“Yo soy” es mi identidad; “yo soy” sin adjetivos que me califican;
un “yo soy” sustantivado, pues mis obras me definen y hablan por mi.
Jn 10, 38, dice: “ Aunque no os fiéis de mí, fiaos de mis obras; así
sabréis de una vez que el Padre está en mí y yo estoy con el Padre”.

El viaje hacia nuestra identidad, que es nuestra realización y salvación, comienza y acaba en la búsqueda y encuentro con Dios, “Yo soy”, YHVH.

La obediencia a Dios no coarta nuestra libertad, todo lo contrario,
es la fuente de nuestra realización, pues nos conduce a renunciar a la búsqueda egocéntrica de nosotros mismos, a dejar de aferrarnos a lo que tenemos y vamos haciendo nuestro, pues como dijo Jesús: “El que conserve su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la conservará”, (Mt 10,39)

Las renuncias inherentes a la obediencia no son pérdida para nosotros,
son liberación que nos conducen al descubrimiento el verdadero “yo soy”
Cuando obedecemos a Dios obedecemos a uno que amamos y nos es de fiar; esto no es costoso , “es yugo llevadero y carga ligera”, (Mt 11, 25)

Asumamos, de una vez y por todas, que las palabras de la Biblia:
“Con amor eterno te amé. Escribí tu nombre en la palma de mí mano desde toda la eternidad. Te moldeé y te tejí en el vientre de tu madre”,
son de Dios para cada uno de nosotros en particular y en concreto.

De quien nos ama nos podemos fiar,
en él tenemos puesta nuestra confianza y esperanza,
por eso obedecerle es fuente de realización y felicidad.