El guardían del hielo

A un año de tu partida, recuerdo cuando iba a tu casa y me hablabas de hacia dónde debía ir nuestra más reciente poesía. Me hablabas de que aquel poemario que tenía en ciernes encontraba su voz propia recién a la mitad de ese manuscrito. Aquel tercer (o cuarto) piso de la avenida universitaria, fachada mostaza o amarilla (no lo recuerdo), lo veía como la buhardilla del poeta desde donde construía aquellos versos que tanto bien me hicieron... que tantos encuentros con la verdad me originaron... Te conocí en San Marcos, teníamos un amigo en común: Alfredo Bonilla. Me autografiaste El Guardían del hielo. Supe de tu partida cuando estaba en Trujillo. Recuerdo que antes que te fueras, hablamos por teléfono y te conté que tenía una amiga de Laredo, que vivía en el norte y que estaba organizando un encuentro de cine. Tú eras muy generoso conmigo. Me diste tu tiempo, leíste mis versos, me recomendaste muchas cosas, me diste fé... nunca me deseaste suerte, me deseaste éxitos.

El guardián del hielo
Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.