El Primer Beso

— Solo tienes que cerrar los labios, y soplar…
Ella sonrió, se sonrojó, ahí, en aquellas mejillas que alojan innumerables pecas, y de repente cedió al pedido, nerviosa, inquieta.
Sentiste otro tipo de humedad, ¿no? Las horas corrían. Seguro que tu madre se preguntaba por ti, angustiada. Y te era imposible imaginarte de regreso a casa. ¿Para qué? Si podías soportar los gritos y quejas de tu madre, abrazando tu hipopótamo no color plomo sino azul, ¿recuerdas? Aquel peluche se volvió tu perfecto paño de lágrimas cuando el mundo no te comprendía.
Así fue tu primer beso. El verano del 99. Una cátedra de confianza y seguridad. Y fue en el paradero de Barros. Te inyectaron esa cuota de confianza y seguridad que siempre buscaste en papá, pero que él no te la podía dar porque era papá. Y ahora este chico, un nombre raro, veintidós años, chamarra negra de cuero, chanca buques, yin negro, no, no, plomo rata, Levi’s, etiqueta roja; te acuerdas de eso porque Tamara siempre te decía que los Levi’s que no sean etiqueta roja no eran originales.
Esos cabellos negros, esas cejas pobladas y sonrisa de pillo, aunque de pillo solo tuviera la sonrisa, porque en la vida real era tímido, discreto, creyendo que con un megáfono en mano armaría una revolución, y el motivo serías tú, hermosa Liv.
Y entonces él, con sus sueños y sus ansias y su rostro de niño triste, te dijo que cierres los ojos, esos ojos achinados, tristes; esos que tantas cosas vieron pero que no se atreven a recordar así nomás. Te dijo que primero cierres los ojos, luego tus labios, y que al final soplaras. Él haría lo demás.
Tu primer beso fue una huida, un momento inquietante, una fotografía, un susurro, dulcemente.
Y la noche, que cae sobre ti, como pidiendo permiso para rebobinar una última vez, antes de cerrar los ojos e intentar dormir. Tus dedos rozando tus labios, recorriendo tu tórax, hasta, lentamente, estacionarse ahí donde solo tú y luego él tendrán acceso.
Ahora descansa, el sueño no está invitado.