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Homilias de José Antonio Pagola, 27º domingo Tiempo ordinario (A)

27º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
Arrendará la viña a otros labradores.
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 33-43
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-«Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. " Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron:
-«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice:
-« ¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
5 de octubre de 2014
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
2 de octubre de 2011
¿ESTAMOS DECEPCIONANDO A DIOS?
Jesús se encuentra en el recinto del Templo, rodeado de un grupo de altos dirigentes religiosos. Nunca los ha tenido tan cerca. Por eso, con audacia increíble, va a pronunciar una parábola dirigida directamente a ellos. Sin duda, la más dura que ha salido de sus labios.
Cuando Jesús comienza a hablarles de un señor que plantó una viña y la cuidó con solicitud y cariño especial, se crea un clima de expectación. La «viña» es el pueblo de Israel. Todos conocen el canto del profeta Isaías que habla del amor de Dios por su pueblo con esa bella imagen. Ellos son los responsables de esa "viña" tan querida por Dios.
Lo que nadie se espera es la grave acusación que les va a lanzar Jesús: Dios está decepcionado. Han ido pasando los siglos y no ha logrado recoger de ese pueblo querido los frutos de justicia, de solidaridad y de paz que esperaba.


Una y otra vez ha ido enviando a sus servidores, los profetas, pero los responsables de la viña los han maltratado sin piedad hasta darles muerte. ¿Qué más puede hacer Dios por su viña? Según el relato, el señor de la viña les manda a su propio hijo pensando: «A mi hijo le tendrán respeto». Pero los viñadores lo matan para quedarse con su herencia.
La parábola es transparente. Los dirigentes del Templo se ven obligados a reconocer que el señor ha de confiar su viña a otros viñadores más fieles. Jesús les aplica rápidamente la parábola: «Yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Desbordados por una crisis a la que ya no es posible responder con pequeñas reformas, distraídos por discusiones que nos impiden ver lo esencial, sin coraje para escuchar la llamada de Dios a una conversión radical al Evangelio, la parábola nos obliga a hacernos graves preguntas.
¿Somos ese pueblo nuevo que Jesús quiere, dedicado a producir los frutos del reino o estamos decepcionando a Dios? ¿Vivimos trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo estamos respondiendo desde el proyecto de Dios a las víctimas de la crisis económica y a los que mueren de hambre y desnutrición en África?
¿Respetamos al Hijo que Dios nos ha enviado o lo echamos de muchas formas "fuera de la viña"? ¿Estamos acogiendo la tarea que Jesús nos ha confiado de humanizar la vida o vivimos distraídos por otros intereses religiosos más secundarios?
¿Qué hacemos con los hombres y mujeres que Dios nos envía también hoy para recordarnos su amor y su justicia? ¿Ya no hay entre nosotros profetas de Dios ni testigos de Jesús? ¿Ya no los reconocemos?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por Jesús
5 de octubre de 2008
NO DEFRAUDAR A DIOS
Se os quitará a vosotros el reino de Dios.
La parábola de los «viñadores homicidas» es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.
El relato habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.
Su osadía es increíble. Uno tras otro, van matando a los criados que el señor les envía para recoger los frutos. Más aún. Cuando les envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña» y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.
¿Qué puede hacer ese señor de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso, os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, que Jesús anuncia y promueve, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un pueblo que produzca frutos».
A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para antes de Cristo, para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.
Es un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
2 de octubre de 2005
UN PUEBLO QUE DÉ FRUTOS
A un pueblo que produzca frutos.
La parábola de los «viñadores homicidas» es, sin duda, la más dura que Jesús pronunció contra los dirigentes religiosos de su pueblo. No es fácil remontarse hasta el relato original que pudo salir de sus labios, pero probablemente no era muy diferente del que podemos leer hoy en la tradición evangélica.
Los protagonistas de mayor relieve son, sin duda, los labradores encargados de trabajar la viña. Su actuación es siniestra. No se parecen en absoluto al dueño que cuida la viña con solicitud y amor para que no carezca de nada.
No aceptan al señor al que pertenece la viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. Uno tras otro, van eliminando a los siervos que él les envía con paciencia increíble. No respetan ni a su hijo. Cuando llega, lo «echan fuera de la viña» y lo matan. Su única obsesión es «quedarse con la herencia».
¿Qué puede hacer el dueño? Terminar con estos viñadores y entregar su viña a otros «que le entreguen los frutos». La conclusión de Jesús es trágica: «Yo os aseguro que a vosotros se os quitará el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
A partir de la destrucción de Jerusalén el año setenta, la parábola fue leída como una confirmación de que la Iglesia había tomado el relevo de Israel, pero nunca fue interpretada como si en el «nuevo Israel» estuviera garantizada la fidelidad al dueño de la viña. Jesús no dice que la viña será entregada a la Iglesia o a una nueva institución, sino a «un pueblo que produzca frutos».
El reino de Dios no es de la Iglesia. No pertenece a la Jerarquía. No es propiedad de estos teólogos o de aquellos. Nadie se ha de sentir propietario de su verdad ni de su espíritu. El reino de Dios está en «el pueblo que produce sus frutos» de justicia, compasión y defensa de los últimos.
La mayor tragedia que puede sucederle al cristianismo de hoy y de siempre es que mate la voz de los profetas, que los sacerdotes se sientan dueños de la «viña del Señor» y que, entre todos, echemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá nuevos caminos de salvación en pueblos que produzcan frutos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
6 de octubre de 2002
RIESGO
Un pueblo que produzca sus frutos.
Cuando el año setenta las tropas romanas destruyeron Jerusalén y el pueblo judío desapareció como nación, los cristianos hicieron una lectura terrible de este trágico hecho. Israel, aquel pueblo tan querido por Dios, no ha sabido responder a sus llamadas. Sus dirigentes religiosos han ido matando a los profetas enviados por él; han crucificado, por último, a su propio Hijo. Ahora, Dios los abandona y permite su destrucción: Israel será sustituido por la Iglesia cristiana.
Así leían los primeros cristianos la parábola de los «viñadores homicidas», dirigida por Jesús a los sumos sacerdotes de Israel. Los labradores encargados de cuidar la «viña del Señor» van matando uno tras otro a los criados que él les envía para recoger los frutos. Por último, matan también al hijo del propietario con la intención de suprimir al heredero y quedarse con la viña. El señor no puede hacer otra cosa que darles muerte y entregar su viña a otros labradores más fieles.
Esta parábola no fue recogida por los evangelistas para alimentar el orgullo de la Iglesia, nuevo Israel, frente al pueblo judío derrotado por Roma y dispersado por todo el mundo. La preocupación era otra: ¿Le puede suceder a la Iglesia cristiana lo mismo que le sucedió al antiguo Israel? ¿Puede defraudar las expectativas de Dios? Y si la Iglesia no produce el fruto que él espera, ¿qué caminos seguirá Dios para llevar a cabo sus planes de salvación?
El peligro siempre es el mismo. Israel se sentía seguro: tenían las Escrituras Sagradas; poseían el Templo; se celebraba escrupulosamente el culto; se predicaba la Ley; se defendían las instituciones. No parecía necesitarse nada nuevo. Bastaba conservarlo todo en orden. Es lo más peligroso que le puede suceder a una religión: que se ahogue la voz de los profetas y que los sacerdotes, sintiéndose los dueños de la «viña del señor», quieran administrarla como propiedad suya.
Es también nuestro peligro. Pensar que la fidelidad de la Iglesia está garantizada por pertenecer a la Nueva Alianza. Sentirnos seguros por tener a Cristo en propiedad. Sin embargo, Dios no es propiedad de nadie. Su viña le pertenece sólo a él. Y si la Iglesia no produce los frutos que él espera, Dios seguirá abriendo nuevos caminos de salvación.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
3 de octubre de 1999
RECONSTRUIR LA VIDA
Es ahora la piedra angular.
No son pocos los que piensan que algo ha sucedido en la vida interior y espiritual del hombre occidental. Algo que impide a muchas personas construir gozosa y dignamente su vida.
Hay quienes sencillamente no aciertan a construirse a sí mismos. Quedan mutilados. Sin desarrollar las energías y posibilidades que en ellos se encierran.
Otros construyen solamente su mundo exterior. Pero por dentro están inmensamente vacíos. Son personas que apenas dan ni reciben nada. Simplemente se mueven y giran por la vida.
Otros construyen su identidad de manera falsa. Desarrollan un «yo» fuerte y poderoso, pero inauténtico. Ellos mismos saben secretamente que su vida es apariencia y ficción.
Hay también quienes construyen su persona de manera parcial e incompleta. Atentos sólo a un aspecto de su vida, descuidan dimensiones importantes de la existencia. Pueden ser buenos profesionales, personas cultas y dinámicas que, sin embargo, fracasan como seres humanos ante sí mismos y ante las personas que quieren.
Sin duda, son muy complejos los factores de todo orden que generan este clima inhóspito y difícil para el crecimiento del ser humano. Hemos destruido ligeramente creencias donde se enraizaban el ser de muchas personas. La familia ha dejado de ser «hogar» para no pocos. El contacto personal y la relación cálida y amistosa se ha hecho difícil. La vida interior de muchos está sofocada y reprimida. No es fácil así creer y construirse. Muchas personas se sienten desguarnecidas y sin defensa ante los ataques que sufren desde fuera y desde dentro de su ser. Necesitarían esa «fuente de luz y de vida» que, a juicio del célebre psiquiatra Ronald Laing, ha perdido el hombre contemporáneo.
No parece, por ello, ninguna necedad escuchar el mensaje de Jesucristo que se ofrece como «piedra angular» para todo hombre que quiera construirse de manera digna. Era costumbre entre los maestros de obra judíos seleccionar bien cada una de las piedras destinadas a la construcción de un edificio. Aplicándose a sí mismo un viejo salmo judío, Jesús pronuncia estas palabras: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular.»
Los arquitectos de la sociedad contemporánea desechan hoy la fe como algo perfectamente inútil. ¿No será, sin embargo, ésa precisamente «la piedra angular» que podría fundamentar y rematar la construcción del hombre contemporáneo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
6 de octubre de 1996
JUICIO FINAL
Cuando venga el dueño de la viña.
En una época todavía no muy lejana la célebre secuencia de Tomás de Celano, «Dies irae, dies illa» encogía el ánimo de los asistentes al oficio de difuntos: «Día de cólera aquel día... en que el mundo quedará reducido a cenizas... ¡ Qué terror se apoderará de nosotros cuando se presente el Juez!» Durante mucho tiempo este lenguaje y estas imágenes tenebrosas han alimentado una «pastoral del miedo», que difícilmente ayudaba a despertar la confianza en Dios. Hoy, por el contrario, apenas se predica ya sobre el Juicio final, tal vez porque no se sabe exactamente cómo hacerlo.
Lo primero que hay que decir es que sólo se puede hablar del juicio de Dios a partir de su amor, nunca fuera de este amor. Por eso, el juicio de Dios no tiene nada que ver con el juicio de los hombres. Obedece a otra lógica porque el juicio de Dios no es sino la manifestación de su amor, su victoria definitiva sobre el mal.
Por eso hay que entender bien lo que dice la Biblia sobre la «cólera de Dios». Esta cólera divina no tiene como objetivo destruir al ser humano. Al contrario, sólo se despierta para destruir el mal que hace daño al hombre. Dios es amor, y no cólera. La cólera no es sino la reacción del amor de Dios que sólo busca y quiere el bien y la dicha definitiva del hombre.
Un Dios que abandonara para siempre la historia humana en manos del mal y la injusticia, que no reaccionara ante la mentira y la ambigüedad que lo envuelven todo, que no restableciera la paz y la verdad, no sería un Dios Amor. El juicio es necesario para comprender el amor de Dios. Un juicio no contra el hombre, sino contra aquello que va contra él.
Por eso, el juicio de Dios es una Buena Noticia para quienes quieren de verdad el bien y la felicidad total del ser humano. Un juicio que no se parece en nada a los tribunales humanos porque nace no de la acusación sino de su amor salvador. Un juicio que nos liberará para siempre de nuestra impotencia contra el mal y de nuestra complicidad con él.
En esto consiste el núcleo de la fe cristiana: « Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que quien crea no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). La última palabra de Dios sobre la historia no puede ser sino una palabra de gracia. El juicio pondrá al descubierto la verdad de nuestras vidas y la profundidad real del mal, pero también la inmensidad del amor infinito de Dios. Para ello, ante el Juicio final la reacción más cristiana no es el miedo irraiional e insano, sino el reconocimiento de nuestro pecado y la confianza en el perdón de Dios. A ello nos invita la parábola de los viñadores homicidas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
3 de octubre de 1993
¿COMO ACERTAR?
Un pueblo que produzca sus frutos.
¿Qué hay que hacer en la vida para acertar? No es fácil responder, pero sin duda es una pregunta vital. ¿Cómo hemos de vivir para que se pueda decir que nuestra vida es un acierto? Nos podemos equivocar en muchas cosas, pero, ¿no habrá algo en que hemos de acertar?
Se suele decir que para llenar una vida es necesario tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Sin embargo, yo conozco a personas que no han hecho ninguna de estas tres cosas y cuya vida me parece un acierto. Y conozco también a personas que han tenido hijos y han escrito libros y cuya vida no parece muy acertada.
Sin duda, hay mucha sabiduría popular en ese dicho, pues, en definitiva, cuando se habla de tener un hijo, plantar un árbol o escribir un libro, se está apuntando a algo fundamental. En la vida se acierta cuando se vive un amor fecundo, capaz de engendrar vida o hacer vivir a los demás. Sólo este amor justifica y llena una vida.
De ahí la dura amenaza que se escucha en el trasfondo de esa parábola de los viñadores que, lejos de entregar los frutos de su trabajo, dan muerte al hijo del dueño. Se les quitará todo para dárselo a otros labradores que «entreguen los frutos a su tiempo».
Hay muchas formas de «perder la vida». Basta dedicarse a hacer cada vez más cosas en menos tiempo, creyendo que por el hecho de «hacer cosas» se vive más. Es una equivocación. Por muchas cosas que uno haga, si vive sin amar y sin poner vida en las personas y en el entorno, estará vaciando su vida de su contenido más precioso.
Corre por ahí una reflexión de Luis Espinal, sacerdote jesuita, asesinado en 1980 en Bolivia. Dice así: «Pasan los años y, al mirar atrás, vemos que nuestra vida ha sido estéril. No la hemos pasado haciendo el bien. No hemos mejorado el mundo que nos legaron. No vamos a dejar huella. Hemos sido prudentes y nos hemos cuidado. Pero, ¿para qué? Nuestro único ideal no puede ser llegar a viejos. Estamos ahorrando la vida, por egoísmo, por cobardía. Sería terrible malgastar ese tesoro de amor que Dios nos ha dado.»
Recuerdo que, al morir Juan XXIII, aquel Papa bueno que introdujo en la Iglesia y en el mundo un aire nuevo de esperanza, de bondad y de convivencia pacífica, el cardenal Suenens pudo decir que «dejaba el mundo más habitable que cuando él llegó». De Jesús quedó este recuerdo: «Pasó toda la vida haciendo el bien.» A alguno le parecerá tal vez poco. Para el cristiano es el mejor criterio para vivir con acierto.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
7 de octubre de 1990
EL IMPERIO DE LO EFÍMERO
£s ahora piedra angular.
Así se titula el último libro de G. Lipovetsky en torno a la moda. Un estudio lúcido y provocativo sobre un fenómeno aparentemente fútil, pero de importancia vital en la modernidad occidental.
Según el profesor de Grenoble, la moda ya no es sólo un lujo estético y periférico de los individuos, sino que se ha convertido en un elemento central que gobierna la producción y consumo de objetos, la publicidad, la cultura y hasta los cambios ideológicos y sociales.
Lipovetsky va analizando de manera penetrante los diversos rasgos que caracterizan a la moda: la variación rápida de las formas, la proliferación de modelos, la importancia de la seducción, la generalización de lo efímero en la vida social.
Pero el hecho a resaltar es que la moda se ha convertido en la sociedad occidental en el principio que organiza la vida cotidiana de los individuos y la producción socio-cultural de nuestros días.
Vivimos, según Lipovetsky, una época de «moda plena». Se crean necesidades artificiales a gran escala. Se cultiva el gusto por lo nuevo y diferente más que por lo verdadero y bueno. Lo efímero invade la vida cultural.
Es fácil observar una movilidad e inconstancia cada vez mayor en las conductas. Decae la pasión por las grandes causas y crece el entusiasmo de los sentidos. Ya no hay cultivo de ideologías, sino comunicación publicitaria y pragmatismo.
El mundo de la conciencia se halla bajo el imperio de lo superficial. Se cambia de manera de pensar como se cambia de residencia, de mujer o de coche. Occidente se va vaciando así de toda fe en ideales superiores y vive cada vez más entregado a los placeres de la moda.
Lipovetsky trata de interpretar todo este fenómeno positivamente, como un progreso de la verdadera democracia y la autonomía de los individuos.
Pero no puede menos de terminar su análisis con afirmaciones realmente inquietantes: «El reino pleno de la moda... permite más libertad individual, pero engendra una vida más infeliz... Hay más estímulos de todo género, pero mayor inquietud de vida. Hay más autonomía privada, pero más crisis íntimas».
Lipovetsky, tal vez condicionado él mismo por la moda, no habla del vacío esencial que se encierra en esta «sociedad gobernada por la moda». Bajo el imperio de lo efímero, el hombre no conoce nada firme y consistente sobre lo cual edificar su existencia. La sociedad no sabe hacia dónde hacer converger sus esfuerzos para construir un futuro más humano.
Desde «la sociedad de la moda plena», los creyentes escuchamos con fe renovada esas palabras de Jesús, al verse rechazado por los dirigentes de aquella sociedad: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular».
En la sociedad de lo efímero y pasajero, Jesucristo parece inútil y, sin embargo, sigue siendo la piedra angular necesaria si el hombre quiere construir una vida auténticamente humana.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de octubre de 1987
CONSTRUIR
Es ahora la piedra angular.
No son pocos los que piensan que algo ha sucedido en la vida interior y espiritual del hombre occidental. Algo que impide a muchas personas construir gozosa y dignamente su vida.
Hay quienes sencillamente no aciertan a construirse a sí mismos. Quedan mutilados. Sin desarrollar las energías y posibilidades que en ellos se encierran.
Otros construyen solamente su mundo exterior. Pero por dentro están inmensamente vacíos. Son personas que apenas dan ni reciben nada. Simplemente se mueven y giran por la vida.
Otros construyen su identidad de manera falsa. Desarrollan un “yo” fuerte y poderoso, pero inauténtico. Ellos mismos saben secretamente que su vida es apariencia y ficción.
Hay también quienes construyen su persona de manera parcial e incompleta. Atentos sólo a un aspecto de su vida, descuidan dimensiones importantes de la existencia. Pueden ser buenos profesionales, personas cultas y dinámicas que, sin embargo, fracasan como seres humanos ante sí mismos y ante las personas que quieren.
Sin duda, son muy complejos los factores de todo orden que han provocado este clima inhóspito y difícil para el crecimiento del ser humano.
Hemos destruido ligeramente creencias donde se enraizaba el ser de muchas personas. La familia ha dejado de ser “hogar» para no pocos. El contacto personal y la relación cálida y amistosa se ha hecho difícil. La vida interior de muchos está sofocada y reprimida.
No es fácil así crecer y construirse. Muchas personas se sienten desguarnecidas y sin defensa ante los ataques que sufren desde fuera y desde dentro de su ser. Necesitarían esa “fuente de luz y de vida» que, a juicio del célebre psiquiatra Ronald Laing, ha perdido el hombre contemporáneo.
No parece por ello ninguna necedad escuchar el mensaje de Jesucristo que se ofrece como «piedra angular » para todo hombre que quiera construirse de manera digna.
Era costumbre entre los maestros de obra judíos seleccionar bien cada una de las piedras destinadas a la construcción de un edificio. Aplicándose a sí mismo un viejo salmo judío, Jesús pronuncia estas palabras: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular”.
Los arquitectos de la sociedad contemporánea desechan hoy la fe como algo perfectamente inútil. ¿No será, sin embargo, ésa precisamente “la piedra angular” que podría fundamentar y rematar la construcción del hombre contemporáneo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
7 de octubre de 1984
DESPUES DE LA MUERTE DE DIOS
Lo matamos y nos quedamos con su herencia.
Es difícil todavía hoy no estremecerse ante los gritos del loco en La Gaya Ciencia» de F. Nietzsche: «Dónde está Dios? Yo os lo voy a decir. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso?... ¿Qué hemos hecho al cortar la cadena que unía esta tierra al sol? ¿Hacia dónde se dirige ahora? ¿A dónde nos dirigimos nosotros?»
Según F. Nietzsche, el mayor acontecimiento de los tiempos modernos es que «Dios ha muerto». Dios no existe. No ha existido nunca. En cualquier caso, los hombres estamos solos para construir nuestro futuro.
Esta es la convicción profunda que se encierra en todos los proyectos de liberación que se le ofrecen al hombre moderno, sean de carácter cientifista, de inspiración marxiana o de origen freudiano.
Las religiones representan hoy una respuesta arcaica, ineficaz, insuficiente para liberar al hombre. Una respuesta ligada a una fase todavía infantil e inmadura de la historia humana.
Ha llegado el momento de emanciparnos de toda tutela religiosa. Dios es un obstáculo para la autonomía y el crecimiento del hombre. Hay que matar a Dios para que nazca el verdadero hombre. Es, una vez más, la actitud de los viñadores de la parábola: «Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia».
La historia reciente de estos años comienza a descubrirnos que no le es tan fácil al hombre recoger la herencia de «un Dios muerto». Después de la declaración solemne de la muerte de Dios, son bastantes los que comienzan a entrever la muerte del hombre. Bastantes los que se preguntan como A. Malraux si el «verdugo de Dios» podrá sobrevivir a su víctima.
Las revoluciones socialistas no parecen haber traído consigo la libertad a la que el hombre aspira desde lo más hondo de su ser. La libre expansión de los impulsos instintivos, predicada por S. Freud, lejos de hacer surgir un hombre más sano y maduro, parece originar nuevas neurosis, frustraciones y una incapacidad cada vez más profunda para el amor de comunión. «El desarrollo científico, privado de dirección y de sentido, está convirtiendo el mundo en una inmensa fábrica» (H. Marcuse) y va produciendo no sólo máquinas que se asemejan a hombres sino «hombres que se asemejan cada vez más a máquinas» (I. Silone).
Este hombre, frustrado en sus necesidades más auténticas, víctima de la «neurosis más radical» que es la falta de sentido totalizante para su existencia, atemorizado ante la posibilidad ya real de una autodestrucción total, ¿no está necesitado más que nunca de Dios? Pero, ¿ya encontrará entre los creyentes a ese Dios capaz de hacer al hombre más responsable, más libre y más humano?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
4 de octubre de 1981
LOS FRUTOS DE UN PUEBLO
A un pueblo que produzca sus frutos.
No es una visión simple la de aquéllos que consideran «la propiedad privada, el lucro y el poder» como los pilares en los que se basa la sociedad industrial occidental.
Si analizamos las constantes que estructuran nuestra conducta social veremos que hunden sus raíces casi siempre en el deseo ilimitado de adquirir, lucrar y dominar.
Naturalmente, los frutos amargos de esta conducta son evidentes en nuestros días.
El afán de poseer va configurando normalmente un estilo de hombre insolidario, preocupado casi exclusivamente de sus bienes, indiferente al bien común de la sociedad. No olvidemos que si a la propiedad se la llama privada es precisamente porque se considera al propietario con poder para privar a los demás de su uso o disfrute.
El resultado es una sociedad estructurada en función de los intereses de los más poderosos, y no al servicio de los más necesitados y más «privados» de bienestar.
Por otra parte, el deseo ilimitado de adquirir, conservar y aumentar los propios bienes, va creando un hombre que lucha egoístamente por lo suyo y se organiza para defenderse de los demás.
Va surgiendo así una sociedad que separa y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia, y no hacia la solidaridad y el mutuo servicio.
En fin, el deseo de poder hace surgir una sociedad• asentada sobre la agresividad y la violencia, y donde, con frecuencia, sólo cuenta la ley del más fuerte y poderoso.
No lo olvidemos. En una sociedad se recogen los frutos que se van sembrando en nuestras familias, nuestros centros docentes, nuestras instituciones políticas, nuestras estructuras sociales y nuestras comunidades religiosas.
Eric Fromm se preguntaba con razón: «Es cristiano el mundo occidental?». A juzgar por los frutos, la respuesta sería básicamente negativa.
Nuestra sociedad occidental apenas produce «frutos del reino de Dios»: solidaridad, fraternidad, mutuo servicio, justicia a los más desfavorecidos, perdón.
Hoy seguimos escuchando el grito de alerta de Jesús: «El reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos». No es el momento de lamentarse estérilmente. La creación de una sociedad nueva sólo es posible si los estímulos de lucro, poder y dominio son sustituídos por los de la solidaridad y la fraternidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
RIESGO
Un pueblo que produzca sus frutos.
Cuando el año setenta las tropas romanas destruyeron Jerusalén y el pueblo judío desapareció como nación, los cristianos hicieron una lectura terrible de este trágico hecho. Israel, aquel pueblo tan querido por Dios, no ha sabido responder a sus llamadas. Sus dirigentes religiosos han ido matando a los profetas enviados por él; han crucificado, por último, a su propio Hijo. Ahora, Dios los abandona y permite su destrucción: Israel será sustituido por la Iglesia cristiana.
Así leían los primeros cristianos la parábola de los «viñadores homicidas», dirigida por Jesús a los sumos sacerdotes de Israel. Los labradores encargados de cuidar la «viña del Señor» van matando uno tras otro a los criados que él les envía para recoger los frutos. Por último, matan también al hijo del propietario con la intención de suprimir al heredero y quedarse con la viña. El señor no puede hacer otra cosa que darles muerte y entregar su viña a otros labradores más fieles.
Esta parábola no fue recogida por los evangelistas para alimentar el orgullo de la Iglesia, nuevo Israel, frente al pueblo judío derrotado por Roma y dispersado por todo el mundo. La preocupación era otra: ¿Le puede suceder a la Iglesia cristiana lo mismo que le sucedió al antiguo Israel? ¿Puede defraudar las expectativas de Dios? Y si la Iglesia no produce el fruto que él espera, ¿qué caminos seguirá Dios para llevar a cabo sus planes de salvación?
El peligro siempre es el mismo. Israel se sentía seguro: tenían las Escrituras Sagradas; poseían el Templo; se celebraba escrupulosamente el culto; se predicaba la Ley; se defendían las instituciones. No parecía necesitarse nada nuevo. Bastaba conservarlo todo en orden. Es lo más peligroso que le puede suceder a una religión: que se ahogue la voz de los profetas y que los sacerdotes, sintiéndose los dueños de la «viña del señor», quieran administrarla como propiedad suya.
Es también nuestro peligro. Pensar que la fidelidad de la Iglesia está garantizada por pertenecer a la Nueva Alianza. Sentirnos seguros por tener a Cristo en propiedad. Sin embargo, Dios no es propiedad de nadie. Su viña le pertenece sólo a él. Y si la Iglesia no produce los frutos que él espera, Dios seguirá abriendo nuevos caminos de salvación.
José Antonio Pagola
Blog:            http://sopelakoeliza.blogspot.com
Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                    http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com