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De todos los días: En los patios de la Gracia


Para el día de hoy (28/09/14) 
Evangelio según San Mateo 21, 28-32
Jesús de Nazareth se encuentra casi al final de su peregrinación. Está en Jerusalem, la Ciudad Santa que sólo ha sabido mostrarle un rostro cruel, que le ha hecho derramar lágrimas de tristeza por presente y por el futuro que avizora, que incuba entre sus muros un odio irrefrenable que desembocará en los espantos de la Pasión. La aversión que suscita su presencia entre la dirigencia judía enrarece tanto el ambiente con su cruda hostilidad, que podría cortarse con un cuchillo.

Pero el Maestro no retrocede ni vacila, convencido de su misión, firme y fiel. 

La liturgia nos ubica, precisamente, en el centro simbólico y real del odio que le profesan, el Templo de Jerusalem, ese templo enorme y fastuoso, orgullo de generaciones, característica primordial de todo un pueblo.
Ese segundo templo llevó mucho tiempo edificarlo, y su construcción responde ante todo a motivos teológicos -espirituales- antes que a concepciones arquitectónicas, las que se subordinan a esas ideas fundantes, y los patios que ostenta son símbolo y señal exactos de las ideas religiosas imperantes así como de la imagen de un Dios que domina.

En ese Templo nos encontraríamos con el amplio patio de los Gentiles, es decir, el recinto que casi no es parte del Templo y que aloja a los extranjeros y a los no creyentes. Un segundo patio se destina a las mujeres y a los eunucos, de los que no cuenta su fé ni su piedad. Están allí porque las mujeres carecen de relevancia y no tienen derechos, están los eunucos por ser hombres defectuosos, impuros, falsarios.
En el tercer patio podríamos encontrar a los varones -un criterio específicamente genérico y sexista-, pero muy especialmente a los varones puntillosamente observantes de la Ley y los profetas, siempre y cuando esa observancia se atuviera a la minuciosidad opresiva de los fariseos.
Y casi como una consecuencia lógica, el cuarto patio está restringido a los sacerdotes encargados del culto.

En ese ambiente tan cerrado y sofocante para los corazones, la Palabra viva y libre del Maestro ha de resultar, seguramente, como una bofetada, una falta de respeto a los acartonamientos instaurados, a la precisión de un dios que castiga con eficiencia y velocidad, y del que se obtienen premios mediante la acumulación de méritos por unos pocos selectos.
Él les está diciendo que su Dios tiene por preferencia cordial y bondadosa a todos aquellos que usualmente no tienen siquiera la posibilidad de asomarse a ninguno de esos patios exclusivistas.

Él ha venido a buscar a los perdidos y extraviados, a sanar a los enfermos, a rescatar a los oprimidos, los excluidos, y que se inaugure el tiempo definitivo de la Misericordia.
Y que la vida y la Iglesia tenga un sólo espacio, un único e inmenso patio, el patio de la Gracia en donde todos se congregan afablemente y nadie queda fuera, porque es un patio del encuentro con un Dios que se revela Padre y Madre, patio de hijos, patio de hermanos, recinto de Salvación y libertad.

Paz y Bien

De todos los días: Un Mesías inaceptable


Para el día de hoy (27/09/14) 
Evangelio según San Lucas 9, 43b-45
Las multitudes se admiraban del rabbí galileo; desbordaban de entusiasmo, les resultaba increíble y a la vez esperanzador, una señal clarísima de Dios.
Ese entusiasmo era difícil de soslayar, potro joven que en mayor o menor medida todos querrían galopear. El entusiasmo, en su positividad, es leve, ligero, no cuesta nada, y Jesús de Nazareth colmaba muchas de su expectativas truncas, de sus frustraciones, de las humillaciones que sufrían a diario. No está nada mal, claro que nó, esas gentes intuían con certeza que en el Maestro se revelaba el asombroso amor de Dios.

Pero hay más, siempre hay más. Y el Maestro quiere los suyos, sus discípulos, emprendan el éxodo de la tierra esclava de los preconceptos, para que puedan asumir con Él su Pascua.
Así entonces les anuncia la Pasión que asumirá dentro de muy poco tiempo. Pero eso no es todo: se reconoce como Hijo del Hombre, es decir, Hijo de la humanidad, un Dios que se hace hermano, hijo, muy pero muy cercano, tan cercano al hombre que es parte de su familia, de todos los pueblos, de todos más no propiedad exclusiva de unos pocos.

A todas luces, es un Mesías inaceptable. Es un Mesías que reniega de pompa y honores, de poder que se detenta, de fuerza que derrota militarmente a sus enemigos, un Mesías que parece escaparle al éxito, que asume humildemente fracasos y derrotas, humillaciones y avances implacables de los malvados.

Los discípulos temen preguntarle acerca de ello, porque en verdad no lo comprenden pero tampoco lo aceptan. Su silencio se corresponde con exactitud al orgullo inveterado de no reconocer que hay cosas que se ignoran y cosas que están por fuera del alcance de la propia comprensión. Y peor aún, decirle a ese Cristo que vive y camina con ellos que en nada se parece al Mesías que ellos esperan.

No hay otra explicación que la del amor, que todo lo trasciende, que supera las miserias y horrores que se imponen, que transforma los patíbulos en árboles frutales, las noches cerradas en amaneceres tibios, la muerte implacable en vida que se acrecienta y no tiene fin.

Paz y Bien

De todos los días: La gran pregunta


Para el día de hoy (26/09/14) 
Evangelio según San Lucas 9, 18-22
El primer versículo del Evangelio que la liturgia nos ofrece el día de hoy caracteriza la totalidad de la lectura, y se proyecta aún más allá, a la totalidad de la vida cristiana.
De las multitudes que le siguen, del bullicio de las ciudades nos trasladamos a un sitio apartado, de recogimiento, en donde el ambiente está revestido de oración profunda y de comunión de Cristo con Dios y de Cristo con sus discípulos. Pues sólo por la Gracia de Dios pueden acontecer los milagros del encuentro vivificante y transformador que se realiza en la oración: allí se encontrará la respuesta definitiva a la gran respuesta, la identidad de Cristo, la verdad que nos hace libres.

Es que Jesús de Nazareth no pasaba ni pasa inadvertido, para bien o para mal. Muchos lo verán como el que condensa las esperanzas de un pueblo o una nación, otros proyectarán en Él sus deseos y frustraciones, sus propias imágenes, sus limitaciones, sus miserias. Algunos lo definirán como una amenaza a suprimir, mientras que otros lo acusarán con las definiciones más crueles y soeces, como método espúreo de desmerecerlo y esmerilar a medida su ministerio, en la pretensión de acotar la Buena Noticia.

Pero todos ellos nunca llegarán a la verdad primera, porque la gran pregunta -Quién es Cristo- sólo puede responderse desde la fé, una fé que es don y misterio.
Y sólo desde la fé a Jesús de Nazareth se lo reconoce como Hijo de Dios y Salvador, el Hijo de María de Nazareth que es capaz de asumir en absoluta libertad los sacrificios más horrendos para que nadie más sufra, para que no haya más crucificados, para que todos se salven.

Es menester que volvamos a la oración, y más que repetir formulaciones religiosas, a la escucha profunda de ese Dios que nos habla, nos llama y nos busca sin descanso. Allí nos encontraremos con Él y con los hermanos.

Paz y Bien

De todos los días: Cristo pone en evidencia



Para el día de hoy (25/09/14) 
Evangelio según San Lucas 9, 7-9
Jesús de Nazarth no pasaba desapercibido para nadie. Ni para el pueblo, ni para la clase dirigente, ni para la oficialidad imperial romana. Todos ellos intentaban comprenderlo -y clasificarlo- desde las gafas opacas de sus preconceptos producto de su religión enquistada, de tradiciones pétreas, de su ideología o de la pura praxis política que ansía la perpetuación en el poder.


Así, para algunos era Elías reaparecido, para otros uno de los viejos profetas de Israel: allí refulgían todas las ansias de liberación y de restauración de un pueblo lastimado y sometido, que sentía en su fuero íntimo la humillación del imperialismo romano y el peligro de disolverse como nación. 
A la vez, para otros era el Bautista resucitado, expresión culposa de quien escucha a medias, con cierta simpatía sin compromiso, esa prudencia extrema que esconde cobardías varias, esa intelectualización sin vida transformada, sin conversión, la actitud del espectador pasivo que no se anima a edificar su propio destino, presa fácil de los poderosos y de los que ejercen dominios sobre mentes y corazones. En cierto modo y de manera tácita, ellos confiesan la necesidad de volver a escuchar una voz tan fuerte e íntegra como la de Juan, para que les disipe las comodidades falaces, para que vuelva a despertarlos.

En la lectura del Evangelio para el día de hoy destaca la postura del tetrarca Herodes frente a Jesús de Nazareth. Este reyezuelo, vasallo de los romanos, ejercía un poder omnímodo en la región que dominaba, sin ninguna limitación ética, apelando a la violencia, a las componendas corruptas, a cualquier tipo de conspiración en tanto que él mismo intuyera que hubiera en ciernes una amenaza a su poder. En síntesis, Herodes no es más que un brutal homicida -muy paranoico y a la vez supersticioso-, que ahora comienza a arrojar manojos de tinieblas sobre el Maestro, pues comienza a interesarse en Él, y no es un interés genuino en conocerle, sino en determinar con rapidez si a este rabbí galileo es menester aplastarlo como hizo con sus familiares, con el Bautista, con muchos de sus súbditos.

Todo esto nos realiza un convite aún mayor, que es el de otra perspectiva, más profunda, trascendente, y es el darnos cuenta y tomar conciencia que la presencia de Cristo pone en evidencia qué somos y cómo somos, lo que somos especialmente en relación con los demás.
Todo sale a la luz, nada ha de quedar escondido

Y a pesar de los ingentes peligros y las brutas amenazas, hemos de suplicar que otros tantos Cristos, esas hermanas y esos hermanos del Señor que siguen sus pasos en humildad y fidelidad desde la caridad, sigan poniendo en evidencia y cuestionando a los poderosos, a los que hacen daño, a los que nada les importa y sacrifican en el ara del poder y con la liturgia del egoísmo la raíz humana, el prójimo.

Paz y Bien

De todos los días: María de la Merced



Nuestra Señora de la Merced
Para el día de hoy (24/09/14) 
Evangelio según San Juan 19, 25-27
Nuestra gente te reconoce.

Sabe de tus pasos jóvenes y descalzos con la vida creciente, con Dios en tu interior, socorro y servicio presurosos, allí en donde hay necesidad, hay riesgos, hay peligros.

Conoce en tu pequeñez tu Sí enorme, cósmico, definitivo que ha cambiado para siempre la historia humana, abriendo las puertas de tu corazón a la Gracia y las del mundo al Salvador.

Los nuestros saben también que cuando la existencia amenace con apagarse, con adormecerse, con encerrarse, allí estará tu mirada atenta y solícita buscándonos el vino de tu Hijo, para celebrar la vida.

Lo tuyo es cuestión de amores y de sangre, de sangre ofrecida generosa para que otros vivan, sangre ofrecida para dar vida al Salvador, sangre ofrecida en tu Hijo para la Salvación del mundo, vida que se ofrece para la redención de los que no pueden más, no aguantan, se nos caen.
Porque donde está la Madre está el Hijo, y ese Hijo hace presente el anuncio de la Buena Noticia a los pobres, viene a vendar los corazones afligidos, a liberar a todos los cautivos, a redimir a todos los oprimidos, la infinita bendición de Aquél que es nuestra alegría, nuestra justicia, nuestra liberación.

Tu Hijo se te parece mucho en la mirada y en la humildad, y nosotros te sabemos también como Él, mensajera de todas las esperanzas, Madre redentora, hermana cálida y servidora de todos los humillados y oprimidos que languidecen y agonizan en calabozos de hierro y en mazmorras de corazones endurecidos de olvido e indiferencia.

El nombre es bellísimo y es impulso decisivo. Porque la misericordia es el amor de Dios que sostiene al universo, los nuestros saben en las honduras de su alma que te llamas María y más aún, María de la Merced, de la Misericordia.

Que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos, y que no hay sonido más grato que el de las cadenas que se rompen y las almas que vuelven a erguirse en la dignidad propia de las hijas e hijos de Dios.

Para todos mis hermanos mercedarios, y para toda la Iglesia, hoy es día de Madre, día de celebración orante, día de esperanza que no acepta brazos cruzados ni resignación.

El sueño y la fidelidad de Pedro Nolasco y sus compañeros sigue siendo vigente y está vivo en todos aquellos que amamos con pasión y a veces con dolor esa libertad que es hija dilecta de la verdad que habita entre nosotros por el Cristo que ha pagado nuestro rescate.

Paz y Bien



"En un mundo de opresiones, ser redentores con Jesús"

De todos los días: Familia de Cristo



San Pío de Pietrelcina, presbítero y religioso 
Para el día de hoy (23/09/14) 
Evangelio según San Lucas 8, 19-21
En los pueblos semitas mediterráneos del siglo I y en otras tantas culturas, la pertenencia tribal y racial era un factor determinante que confería identidad y pertenencia. En el caso específico de Israel, el núcleo primero de la tribu era la familia, y a su vez era la vía de acceso a la nación y pertenencia judías; en los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth, las tribus y familias judías se cerraban cada vez más sobre sí mismas pues su nación estaba sometida por el poder militar de una potencia extranjera, y por el riesgo creciente de la contaminación extranjera, de una colonización imperial que les ganara no solamente el territorio sino también su cultura, es decir, sus mentes, sus almas.
Otro factor importante a tener en cuenta también es el miedo, el miedo a que el opresor romano -a quien se desprecia- tome cualquier actitud sospechosa o extravagante como subversiva y, en consecuencia, la aplaste con devastadora violencia.

Como una cuestión puramente objetiva y abstracta, detengámonos por un momento en la vereda de la familia y la tribu nazarena de Jesús: el niño que vieron jugar y crecer, el hombre que tenía el mismo oficio de su padre José -tekton-, de repente se larga a los caminos a hablar de Dios y a hablar en nombre de Dios, a curar enfermos, a juntarse con indeseables, a enfrentarse sin ambages con los guardianes de la tradición religiosa de Israel. Y las gentes más sencillas cada vez lo seguían en número creciente, con especial agrado y atención.
Allí había una ruptura y un peligro para Él y para ellos. Ese Jesús o se había vuelto loco, o estaba cometiendo demasiadas imprudencias que podían desatar las furias romanas. Pero además, hay algo más primordial que eso, y es que este rabbí caminante ha roto el molde, no se corresponde en nada con lo que los suyos esperan de Él, la vida que para Él han imaginado y hasta diseñado. 
Así es harto lógico que se lleguen a Cafarnaúm a buscarle, para en cierto modo rescatarlo de esa locura, hacerlo volver en razones y llevarlo al reducto seguro de Nazareth, menos expuesto que en la ciudad de gran movimiento en donde se encuentran ahora.

Si extrapolamos esta situación al ámbito de nuestros corazones, nosotros también, en cierto modo, gustamos de hacer lo mismo, regresarlo a la tribu de nuestros templos o a la seguridad de nuestras creencias -que nó de nuestra fé- para que este Cristo no nos quiebre nuestros mediocres esquemas ni se nos difuminen las caricaturas mesiánicas a las que nos aferramos, porque es mucho más de lo que esperamos. Y porque no permitimos a Dios ser Dios.

Allí en Cafarnaúm, el Maestro -rodeado de gentes sedientas del agua viva de la Buena Noticia-, la Madre y los parientes, esa tribu originaria, se hacen presentes arrogándose quizás el derecho y la primacía sobre Jesús. Ellos están primero, y a ellos les pertenece.
Pero este Cristo no le pertenece por la sangre, ni por la raza, ni por la cultura. No es de una familia escasa, ni de un grupo puntual, ni de los nazarenos, ni de la misma Iglesia.
Él borra esas fronteras de pago chico, y amplía la familia hasta límites insospechados.

Los nuevos vínculos familiares son vínculos espirituales, crecidos a la luz y cobijo de una Palabra que está viva y es Vida, Palabra escuchada y practicada.
La familia de Cristo es un insondable misterio de amor, abierta a toda la humanidad. Dios mismo nos hace parte de su familia, hijas e hijos, hermanos en el presente en camino hacia la plenitud eterna.

Paz y Bien

De todos los días: Lo que no se esconde



Para el día de hoy (22/09/14) 
Evangelio según San Lucas 8, 16-18
Las parábolas que utilizaba Jesús de Nazareth para enseñar la Buena Noticia no requerían explicaciones. Sus oyentes no las necesitaban pues Él les hablaba a partir de cosas que todos ellos conocían y vivían a diario, y es eso, esa voluntad de hablar con las mujeres y los hombres de hoy a partir de sus aconteceres diarios, en sus mismos idiomas, lo que nos anda faltando. Nos gusta perdernos en las tortuosidades de profusos razonamientos eruditos, psicológicos o teológicos invariablemente teñidos de abstracción, contrapuestos al maravilloso sentido de la Encarnación de Dios. Y así la misión deviene en una mera captación de adeptos.

Esas gentes entendían perfectamente. En los tiempos de la predicación del Maestro la luz era un bien muy preciado...y muy caro. Cuando caía la tarde en Palestina, sólo quedaba irse a dormir debido a la oscuridad; las viviendas familiares de la gente sencilla estaban compuestas, por lo general, de un monoambiente amplio en donde convivía la familia. Y para prolongar por un rato más el día, compartir con los afectos, comer, rezar, mirarse, y hacer alguna tarea pendiente, se ubicaba una lámpara de aceite en el sitio más elevado de la habitación. A nadie se le hubiera ocurrido colocarla bajo la cama o cubrirla con un recipiente. La lámpara, la luz, ha de estar bien a la vista para que a todos irradie.

No hay que ir a menos. La luz no nos pertenece, de ningún modo, pero con una inefable confianza depositada en nosotros, se nos ha confiado su cuidado, el portarla, el llevarla a todas partes. La luz de la verdad, la luz de la justicia y el derecho, la luz de la compasión, la luz de la solidaridad, la luz del servicio, la luz de la fraternidad.

No se trata de premios o castigos.

Cielo e infierno no sn cuestiones específicamente postreras. Se deciden mayormente en el aquí y ahora, por la libertad que ejercemos si somos fieles a la verdad, por las tinieblas que nos empeñemos en enarbolar. Todo ha de saberse, y es en cierto modo una cuestión de cosechas. No es tanto el mentado todo vuelve, sino más bien los frutos de las semillas que andamos esparciendo. Todo se cosecha en la existencia.

Más allá de todas estas pobres especulaciones menores, la verdad primordial y fundante es el amor de Dios. Pues todos somos niños pequeños dependientes absolutos de su Misericordia.

Que la luz de la Palabra sea lámpara para nuestros pasos.

Paz y Bien